Contracorriente

Krauze, entre AMLO y Biden

Enrique Krauze se pasó de la raya al invocar a un poder extranjero para que refrene al presidente de México.

Enrique Krauze se pasó de la raya al invocar a un poder extranjero para que refrene al presidente de México. El 15 de marzo publicó en el New York Times un artículo en el que se dirige al presidente Joe Biden para decirle que "debemos trabajar para salvaguardar la libertad, la democracia y el Estado de derecho en México, bajo el régimen personalista del presidente Andrés Manuel López Obrador".

No se lo dice como una opinión, ni refiere que haya quien piense diferente, sino para pedirle que le haga ver al presidente mexicano que "nada ayuda más a una buena vecindad que los valores compartidos" y que "una asociación fructífera dependerá de que ambas partes defiendan los valores comunes de la libertad, la democracia y el Estado de derecho". (¿De veras? La historia dice otra cosa).

Pero el llamado de Krauze a Biden no queda en acusar al líder "populista", sino que se refiere también a las elecciones en puerta para asegurar que la "deriva autocrática" del presidente "podría ahondarse si su partido triunfa en las elecciones legislativas intermedias".

¿Qué resultado quiere de las elecciones mexicanas, señor Biden?

El llamado a la intervención de poderes extranjeros en los asuntos internos de México no sólo los hicieron los conservadores monárquicos que trajeron a Maximiliano, a quienes Benito Juárez mandó fusilar por traición a la patria; también los liberales radicales han invocado tales poderes antes de ahora.

En enero de 1848, la bandera estadounidense ondeaba en palacio nacional porque las fuerzas estadounidenses, al mando del general Winfield Scott, ocupaban la ciudad de México tras una guerra tan injusta como desastrosa para nuestro país.

Hacía cuatro meses que se había consumado en Chapultepec la derrota mexicana. La prensa fiel al Partido Liberal Radical (se lee en la página del Museo de las Intervenciones del INAH), abogaba por la anexión de México a EU, mientras que los diputados del mismo partido promovían la continuación de la guerra con el verdadero propósito de obligar al gobierno estadounidense a consumar nuestra anexión.

El 29 de enero de ese año, el Ayuntamiento de la Ciudad de México, dominado por esos paladines de la libertad, de la democracia y del Estado de derecho, le ofrecieron al general Scott un desayuno en el convento agustino del Desierto de los Leones.

El banquete fue preparado por Laurent, el mejor chef de la ciudad, como una manera de halagar al invasor, a la que siguieron alabanzas sin medida al general y a su país. "Más tarde, el propio Scott aclaró que los radicales trataron de convencerlo de que impusiera una dictadura militar y realizara la anexión" de nuestro país, dice el doctor Amado Aquino Sánchez.

Algunos estados del norte hacían evidentes sus intenciones de separarse de México para anexarse a Estados Unidos, peligro ante el cual, el gobierno del presidente Manuel de la Peña y Peña se apresuró a firmar el 2 de febrero de 1848 un tratado de paz por el cual México perdió la mitad de su territorio, "pero que puso fin a la intriga de anexión total de los liberales radicales".

Siguen las intrigas de quienes ven a Estados Unidos como ejemplo de utopía social y anhelan la plena integración de nuestra economía, orden jurídico y cultura a la estadounidense, con absoluto desprecio al pueblo "arcaico" (así le llamaban en el siglo XIX) y a "errores históricos" como la Revolución mexicana.

México tendría mejor equilibrio político con una oposición inteligente al gobierno de López Obrador; sólo quien no hace nada no comete errores. Por eso es una pena que las élites intelectuales, que durante el periodo autoritario (y populista) del partido único contribuyeron al control de la opinión pública, no hayan actualizado su perspectiva de los problemas del país para hacer propuestas constructivas, y sólo ejerzan su influencia para socavar al poder electo democráticamente.

COLUMNAS ANTERIORES

La verdad necesaria
México y el mundo ante EU

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.