Ciudad Abierta

La nueva normalidad del viajero

Es probable que muchas de las nuevas normas higiénicas se desechen cuando aparezca la vacuna que nos sane del coronavirus, pero otras permanecerán.

¿Se acuerdan cuando los boletos de avión eran de papel y no había que mostrar una identificación para subirse a un avión? ¿Cuando en los aeropuertos no existían arcos detectores ni las maletas eran revisadas con rayos equis? ¿Se acuerdan? Supongo que sí, porque no han pasado ni dos décadas. Y los que no lo recuerdan, es porque no lo vivieron.

Entonces viajar por el aire era un auténtico acto de libertad, placentero y estimulante, cómodo. Pero llegó el S-11 de 2001, varios aviones en Estados Unidos fueron usados como proyectiles, derribaron las Torres Gemelas de Nueva York, destrozaron parte del Pentágono, mataron a miles de civiles y ya nada volvió a ser igual.

Para evitar que una tragedia así se repitiera, nos cayeron de golpe las medidas de seguridad en las terminales aéreas, precauciones que llegaron para quedarse, quitándole gozo al inicio de un viaje en avión.

No era posible pensar en que alguien creara una vacuna contra los actos terroristas, o una cura que levantara por arte de magia los rascacielos derruidos, y mucho menos que les devolviera la vida a los inocentes muertos. No, había que adaptarse a una nueva normalidad a la hora de tomar una nave voladora. Había que resignarse, sólo quedaba una sopa y permaneció para siempre.

Esa mañana había en el cielo de la Unión Americana miles de aviones, pero para antes del mediodía todos estaban en tierra, el gobierno ordenó que aterrizaran de inmediato. Y así permanecieron varios días, provocando grandes pérdidas económicas para la aviación y la industria turística. Pero en poco tiempo se reanudaron, ya bajo severas medidas de seguridad.

Hoy, desde hace más de dos meses vivimos otro ataque terrorista, pero causado por la naturaleza y a nivel global. Una pandemia provocada por algo invisible a los ojos, que ataca sin darnos cuenta, se mete en nuestro cuerpo sin sentirlo y nos convierte en la antípoda del rey Midas: todo lo que tocamos lo convertimos en veneno y hasta muerte.

Es algo aterrador, y así vivimos hoy millones de personas en todo el mundo: aterradas, escondidas en nuestras casas, rechazando abrazos, besos y caricias, aún de nuestros seres más queridos si es que llegan 'del exterior', como si hubiera dos mundos distantes de cada lado de la puerta de la casa. Vivimos lavándonos las manos cada vez que tocamos un objeto extraño, porque ese es el nuevo exorcismo para conjurar el acecho del demonio minúsculo que no podemos ver, pero que sospechamos que puede estar ahí, que se pudo haber metido a la trinchera en que vivimos en una caja, un bote de leche, una bolsa con pan o una naranja que irremediablemente tienen que llegar de afuera, porque debemos comer.

El peor de los mundos, creemos con candidez quienes llevamos semanas confinados. Pero no es así, hay algo todavía más dramático: otros tantos millones que no se pueden quedar en sus casas, porque a ellos el alimento no les llega por internet, tienen que salir a la calle a buscarlo porque de lo contrario no comen. Y afuera está el enemigo agazapado en lugares inimaginables.

Sin embargo, paradojas de esta historia, este mal hoy incurable sí tiene una cura: el tiempo. No sabemos cuánto, pero sí sabemos que en él está la solución, como si Leduc hubiera sido un profeta con su poema convertido en canción.

Sabemos que las epidemias llegan y se van solas, dejando una estela de muerte y destrucción. Pero hoy se trata de que su paso sea lo más breve posible y su daño mucho menor. En ese tiempo hay muchos, en diversas partes del mundo, buscando crear una vacuna o una medicina que venzan al enemigo. Pero mientras eso no suceda, el mundo se prepara para convivir con él, para lanzarse a vivir una nueva normalidad protegido por armaduras, máscaras y cambio de hábitos, porque se resiste a renunciar a muchas cosas, entre ellas se niega a dejar de viajar.

Los lineamientos sanitarios para la reapertura del sector turístico, dados a conocer esta semana por el gobierno federal, son muestra de ello. Los primeros viajeros pospandemia seguramente lamentarán la nueva normalidad para subirse a un avión o a un autobús, para hospedarse en un hotel o vacacionar en la playa, pero poco a poco se irán acostumbrando, no queda de otra.

La esperanza será que pronto aparezca la cura y todo vuelva a la normalidad. Es probable que muchas de las nuevas normas higiénicas se desechen cuando aparezca el maravillo elixir que nos sane, pero otras permanecerán. No sabemos cuántas ni cuales, pero algo quedará.

COLUMNAS ANTERIORES

Viajar de nuevo o… en busca del tiempo perdido
De cómo el Covid-19 ha cambiado el comportamiento de los viajeros, según la OMT

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.