Fue en el cerro del Paraná, en el desierto de Atacama, donde el 6 de junio del 2012 se constituyó oficialmente la Alianza del Pacífico. El tratado fue firmado por los presidentes de Chile, Colombia, México y Perú a iniciativa del presidente de este último país, Alan García Pérez.
Lo que desde el principio animó a esta iniciativa fue una tentativa geopolítica de largo plazo. A saber: profundizar las relaciones comerciales de estas naciones que comparten una salida al océano Pacífico como requisito indispensable hacia una posterior vinculación profunda con el mundo asiático.
Esta perspectiva estratégica entraña el diagnóstico según el cual el mundo del porvenir tendrá su centro gravitatorio en la cuenca del Pacífico. Esta visión reconoce el ascenso de China como poder mundial rivalizando al de Estados Unidos, el hecho de que Japón continúa siendo la tercera potencia económica del mundo, a pesar de todos sus problemas, el éxito económico de los así llamados tigres asiáticos (Taiwán, Corea del Sur, Singapur, Hong Kong), así como el potencial de países como Australia, Vietnam, Indonesia, entre otros.
La fortaleza de las cuatro economías signatarias es evidente si consideramos que reúnen 40 por ciento del PIB latinoamericano y que tres de los cuatro países pertenecen a la OCDE.
Pero a la Alianza no sólo la inspiran motivos comerciales. Entre los atributos que los países miembros deben cumplir se encuentran el respeto al Estado de derecho, la vigencia de instituciones republicanas y la adopción de un orden democrático-liberal.
Hasta hace poco tiempo parecía imposible que este consenso pudiera ser puesto en tela de juicio. Sin embargo, los triunfos recientes de regímenes populistas o cercanos a esta perspectiva política en cada uno de los cuatro países que conforman la Alianza la puede poner en riesgo, tal y como fue concebida por sus fundadores. Este peligro es más claro en el caso de Perú y México, siendo que los casos de Chile y Colombia representan todavía incógnitas. La prudencia aconseja mantener una actitud escéptica respecto a los gobiernos de Gustavo Petro y de Gabriel Boric, que al parecer estarán limitados por la oposición en sus respectivos poderes Legislativos.
Por otro lado, la cercanía ideológica entre los gobiernos de Pedro Castillo en Perú y el de Andrés Manuel López Obrador en México es palmaria y prueba de ello fue la solidaridad que demostró el presidente mexicano ante su homólogo peruano al cancelar la reunión de presidentes planeada para este mes de noviembre, debido a que el Congreso peruano no dio permiso al presidente de viajar a México, signo de que las cosas no van muy bien para Castillo.
De cualquier manera, la reunión de los cuatro países sí se realizó a nivel ministerial. Destacó la firma de un tratado de libre comercio entre la Alianza y Singapur, lo cual convertirá a ese país, una vez que ratifiquen las partes, en el primer Estado asociado de la Alianza del Pacífico. Otros países que gestionan su ingreso son Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Corea del Sur, Ecuador, Honduras y Costa Rica.
El acercamiento con Singapur debe recibirse como una gran noticia. La Alianza del Pacífico debe evolucionar hacia la constitución de un mercado abierto de todas las economías de la cuenca del Pacífico.
Para que este sueño se haga realidad se necesita que los cuatro países fundadores se conviertan en promotores no sólo del libre comercio, sino del orden liberal y democrático. Este es el gran desafío al que se enfrenta la Alianza hoy en día.