Dr. Ricardo Gánem
Si revisamos la reforma petrolera propuesta por el gobierno salta a la vista que nuestro país está apostando su futuro energético a dos grandes tecnologías: la perforación de pozos petroleros en aguas profundas y la extracción de gas de lutita (el llamado shale gas). A pesar de la diversidad de opiniones expresadas respecto a esta reforma, casi no se ha tocado el tema de los riesgos ambientales que esta tecnología supone. Es cierto que el gas de lutita se extrae desde los años ochenta en Estados Unidos, mas la utilización del método no ha estado exenta de problemas. En países como Francia, Holanda y Bélgica ha sido prohibida y en Estados Unidos hay muchos reportes de las personas que viven cerca de estos pozos por agua contaminada.
Se ha hablado mucho de la fractura hidráulica y de los pozos horizontales. Aunque ninguna de estas tecnologías es nueva, su combinación y la escala a la que se practican, sí lo es. La roca de pizarra, en dónde se encuentra este gas, es muy delgada. Para poder extraer el recurso fósil de forma económica se necesitan tuberías horizontales de kilómetros de longitud que aumentan la superficie de contacto entre el pozo y el yacimiento. Esto hace que la cantidad de agua que se requiere para producir la fractura hidráulica sea extraordinariamente alta. En algunos casos para fracturar un solo pozo se requieren de treinta millones de litros. Un pozo convencional requiere alrededor de cien veces menos. Hay que mencionar, además, que a esta agua se le inyectan aproximadamente 700 químicos. La naturaleza de estos aditivos es, en gran parte un misterio, pues siendo vicepresidente de Estados Unidos en 2005 Dick Cheney, uno de los principales accionistas de la empresa Halliburton, las gaseras consiguieron un permiso que las exentaba de tener que cumplir con la ley de aguas de ese país. Es decir, las gaseras no estaban (y no están) obligadas a proporcionar la lista de químicos que se le añaden al agua.
Sin embargo, los análisis realizados a estas aguas han revelado que entre estos aditivos hay sustancias tóxicas (naftaleno, benceno, xileno, tolueno y formaldehido entre otros). Del agua que se inyecta a un pozo, se recupera entre 20 y 50 por ciento. ¿Qué pasa con la que no se recupera? Aquí los expertos no se ponen de acuerdo. Algunos opinan que ésta se filtra hasta los mantos acuíferos, mientras que otros alegan que debido a la profundidad a la que se encuentran estos yacimientos es prácticamente imposible que alcancen estos mantos. Sin embargo, vecinos de los pozos en Pensilvania han tenido la desagradable sorpresa de encontrar que el agua que sale de su llave es inflamable. También han reportado la aparición de distintas enfermedades, al parecer relacionadas con los químicos antes mencionados. De acuerdo con el Dr. Ingraffea de la Universidad de Cornell, alrededor de 30 por ciento de los pozos de gas de lutita perforados tienen fugas de gas metano. Esto se debe, al parecer, a la dificultad de cementar la parte horizontal del pozo. Parte de este gas metano termina en la atmósfera contribuyendo de una forma muy importante al cambio climático, pues el metano es un gas de efecto invernadero mucho más potente que el bióxido de carbono. Otra parte de este gas alcanza los mantos freáticos al igual que lo hacen otros compuestos como el benceno y el butano. Esto quiere decir que la gente que vive cerca de estos pozos bebe estas sustancias. Por otro lado, ¿qué se hace con el agua que se recupera? Esto también es un problema no resuelto. No se puede usar una planta de tratamiento convencional por la gran cantidad de químicos que tiene. En algunas ocasiones simplemente se ha almacenado en lagunas artificiales en dónde la evaporación hace que los químicos antes mencionados pasen al aire.
Desde el punto de vista económico y energético, el gas de lutita tampoco parece ser tan rentable como se ha anunciado. Inicialmente la Agencia de Información de Energía de Estados Unidos (EIA) estimo el volumen de gas de lutita en nuestro país en 680 trillones de pies cúbicos. Estudios posteriores de Pemex redujeron esa cantidad aproximadamente a la mitad. Posteriormente se excavaron seis pozos exploratorios, ninguno de los cuales ha resultado rentable. Se ha encontrado menos gas del que se pensaba y los pozos han resultado demasiado caros (alrededor de 11 millones de dólares, comparado con los 800 mil que cuesta un pozo convencional). Hay que hacer notar que la EIA no habla en ningún momento de reservas probadas, sino tan sólo de estimaciones que hay que confirmar. Polonia representa un caso especialmente ilustrativo de la necesidad de hacer esto. En marzo de 2012 la agencia antes mencionada estimó que este país tenía 5.6 trillones de metros cúbicos de gas natural. Cálculos posteriores del gobierno polaco redujeron esta cantidad a la décima parte. Poco después la empresa Exxon anunció su salida de Polonia después de perforar dos pozos sin ningún éxito.
En resumen: La tecnología de extracción del gas de lutita no es una tecnología madura. Existen todavía muchos problemas por resolver. Por lo tanto. la reforma energética que propone el gobierno y que se basa en buena parte en esta tecnología, es potencialmente muy dañina. Además, los supuestos sobre los que se fundamenta podrían resultar falsos (por ejemplo, la existencia de un gran tesoro energético escondido en las aguas profundas o en las rocas de lutita). Se requiere una discusión nacional a fondo de estos temas. La energía y el medio ambiente están fuertemente relacionados. No podemos y no debemos, como país, tomar decisiones a la ligera.
El autor es profesor de Mecatrónica del Tecnológico de Monterrey, campus ciudad de México.
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El gas de lutita, ¿la salvación energética?
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