WASHINGTON, DC.- Existe consenso entre muchos expertos de que las presiones inflacionarias y los desafíos de crecimiento de la economía mundial se deben en gran medida a los cuellos de botella ‘temporales’ de la oferta y que se aliviarán en el año 2022. Afirman que los precios de la energía bajarán después del invierno. En sus cálculos, el próximo año con más vacunas y nuevos tratamientos para el COVID-19 se reducirán las interrupciones.
Un impulso a la inversión en algunas industrias eventualmente se traducirá en más capacidad y productividad. Por estas razones, dicen los expertos, una vez que (la variante) delta se desvanezca y los beneficios económicos otorgados por muchos gobiernos expiren, los trabajadores regresarán en forma masiva al mercado laboral, se resolverán los cuellos de botella en la producción, se acelerará el crecimiento de la producción y la inflación se reducirá. Todos volveremos a ser felices, felices, felices.
En mi opinión deberíamos, antes de empezar a bailar, analizar los contextos, las similitudes y las diferencias de las dos grandes crisis económicas anteriores. Haré un brevísimo resumen. Según expertos y académicos, la inflación de los años 70 fue atribuida principalmente a los altos precios del petróleo, los especuladores de divisas, los líderes sindicales y los empresarios codiciosos. Sin embargo, está claro que las políticas monetarias que financiaron déficits presupuestarios masivos, apoyadas por líderes políticos, fueron gran parte de la razón. Estas políticas son una prueba de lo que dijo Milton Friedman en su libro Money Mischief: Episodios en la historia monetaria, la inflación es siempre “un fenómeno monetario”. La realidad es que la crisis se debió a una combinación de todas estas variables.
Pasando ahora a la crisis financiera de los años 2008-2009, ésta se generó por un problema de demanda, provocada por los elevados coeficientes de endeudamiento público y privado que generaron cambios en el comportamiento de los actores económicos: los gobiernos impusieron austeridad, las empresas disminuyeron sus inversiones de capital y las familias decidieron disminuir el consumo privilegiando el pago de sus deudas. Todo esto, más la contracción del crédito, produjo un shock macroeconómico en la demanda agregada. A medida que estallaban las burbujas inmobiliarias, la recesión generó una inflación baja, llegando en algunos casos a una deflación.
En la actualidad, los problemas son exactamente al revés, se encuentran en el lado de la oferta. En esta ocasión, el gasto, que durante más de un año estuvo retraído, ha regresado en forma exponencial. Aún existiendo todavía hoy un nivel de desempleo mayor al que existía antes de la pandemia, hay reticencia para aceptar empleos. De hecho, en EU muchos están renunciando a sus trabajos. Para atraer mano de obra, los empleadores están ofreciendo bonificaciones por firmar. La pandemia, más los cambios tecnológicos acelerados están generando no solo un cambio de contexto, sino que están cambiando los paradigmas del trabajo. Estamos frente a una economía de escasez de la oferta que no se podrá resarcir en el corto plazo. A esto debemos añadir que los precios de la energía están subiendo vertiginosamente como en la crisis de los 70. Es importante destacar que en esta ocasión también existe un altísimo endeudamiento.
¿Será temporal esta inflación? En realidad, todas lo son (no son eternas) porque en algún momento los gobiernos toman medidas para combatirlas. Sin embargo, no siempre hay incentivos para hacerlo rápido ni tampoco funcionan siempre a la velocidad deseada. Los contextos influyen. ¿Se resolverá el problema el año próximo? ¿Bajarán los precios? ¿Como afectará a México? Sobre esto y más hablaré en mi siguiente artículo.