Mitos y Mentadas

Acemoglu, Robinson, el Nobel y las mentiras

En su libro “Por qué fracasan las naciones”, para defender sus teorías, hicieron afirmaciones falsas y tendenciosas sobre las privatizaciones en México.

Hace unos días, nos llegó la noticia de que los profesores Daron Acemoglu y James A. Robinson fueron galardonados con el Premio Nobel por sus contribuciones al estudio de “cómo se forman las instituciones y su impacto en la prosperidad”. En su libro “Por qué fracasan las naciones”, para defender sus teorías, hicieron afirmaciones falsas y tendenciosas sobre las privatizaciones en México. Con base en evidencia sólida que presenté a la editorial Random House, esta rectificó el contenido en las ediciones posteriores, digital e impreso.

En su versión original, los autores afirmaban que, a pesar de que Slim no presentó la oferta más alta, su consorcio ganó la subasta de Telmex. Esta afirmación es completamente falsa, y tras la presentación de pruebas irrefutables, la editorial Random House tuvo que corregir este pasaje en ediciones posteriores. Hoy, ya no se encuentra en las ediciones del libro. Otro ejemplo es el caso del juicio de CompUSA en Estados Unidos. Inicialmente, el libro aseguraba que Slim había perdido un juicio en Dallas, donde se le impuso una multa de 454 millones de dólares por romper un contrato de franquicia, según ellos cuando Slim “estuvo sometido a las instituciones de Estados Unidos, sus tácticas habituales para ganar dinero no funcionaron”. En realidad el veredicto de 2001 citado por Acemoglu y Robinson fue anulado por un Tribunal de Apelaciones de Dallas en 2004. La Corte Suprema de Texas confirmó este fallo en 2006, seis años antes de que se publicara “Por qué fracasan las naciones”.

Con estas pruebas que aporté, también fue eliminada en las ediciones siguientes del libro original. Aún cuando Random House sí hizo los cambios, al día de hoy, a pesar de múltiples comunicaciones, los autores no reconocen estos “errores” tendenciosos. Estas correcciones demuestran que las imprecisiones no eran simples descuidos, sino tergiversaciones que, por momentos, parecían deliberadas. Peor todavía cuando se valieron de estos ejemplos para comprobar su teoría de desarrollo. Esto plantea una pregunta clave: ¿Cuál es el proceso de revisión que sigue el comité del Nobel con sus galardonados? Si las imprecisiones de Acemoglu y Robinson fueron tan evidentes en su trabajo sobre México, ¿no sería prudente esperar un mayor rigor en sus investigaciones?

El punto aquí no es solo académicos que tergiversan hechos. En el panorama actual, parece que la verdad ha perdido relevancia. Las mentiras, o verdades a medias, ya no sorprenden ni en la política, ni en los medios, ni siquiera en la academia, donde se supone que los estándares deberían ser más rigurosos. La viralización de noticias falsas en redes sociales es solo un reflejo de esta tendencia. Ahora, hasta en el ámbito de los premios Nobel, el filtro de la verdad parece estar diluyéndose ¿Qué implicaciones tendrá esto a largo plazo para el periodismo, la educación y el debate público?

Este fenómeno de la “normalización de la mentira” no es nuevo. En política, hace tiempo que la popularidad y el liderazgo ya no pasan por el filtro de la honestidad. La mentira se ha convertido en una herramienta aceptada por muchos, bajo la premisa de que “todos mienten”. Los seguidores de ciertos líderes justifican o minimizan sus mentiras con la lealtad a una causa mayor, mientras que el pragmatismo de los votantes prioriza resultados tangibles sobre la transparencia. Si un político cumple aunque sea algunas promesas, sus mentiras se vuelven perdonables.

No todas las mentiras tienen el mismo peso, claro está. No es lo mismo exagerar en un discurso político que justificar una guerra basada en falsedades, como fue el caso de las armas de destrucción masiva en Irak. En última instancia, el problema no es que la gente mienta, sino que, en un contexto donde la verdad ya no tiene suficientes defensores, la mentira se está volviendo la norma. Si incluso premios de prestigio parecen ser más “flexibles” con los hechos, vale la pena preguntarse qué impacto tendrá esto a largo plazo. Si cada quien tiene su propia verdad, ¿cómo podremos construir consensos sobre temas que afectan a todos?

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