Como he descrito antes, soy un firme creyente de que el uso lleva al abuso y en el caso del tema de esta columna, no es la excepción. Empresas de tecnología y redes sociales como Google y Meta, en algunos casos Apple y la misma X, hacen cosas que se encuentran en la zona gris de la ley para intentar mantener su liderazgo. Eventualmente todas dejan de trabajar para nosotros, sus clientes y terminan trabajando para sus inversionistas.
Recuerdo que antes de las redes sociales la lucha era contra los monopolios de los medios, que controlaban la información, que decidían lo que veíamos y lo que no. Con el uso vino el abuso y estos gigantes de comunicación eventualmente se pusieron a merced de los poderes fácticos, por eso, cuando llegaron las redes sociales y el poder se transfirió a los usuarios, no dudamos en seguir esa tendencia. Lo que no nos imaginamos que un día los gigantes del futuro serían los enanos del presente.
Muchos de nosotros hemos comprado anuncios de Meta, originalmente solo en Facebook, luego se extendió al resto de las propiedades que fueron adquiriendo, como Instagram y WhatsApp. En su momento eran una mejor opción que los anuncios que ofrecía Google, la facilidad y el impacto de los anuncios en Facebook era notablemente mejor. Principalmente a raíz de los sucesos de las elecciones presidenciales del 2016 en los Estados Unidos, vino un cambio radical en los algoritmos y aumentó la complejidad para comprar anuncios.
Esto, aunado a la creciente competencia y a la necesidad de Meta de mantener su statu quo. A partir del 2017 se comenzaron a alzar voces relacionadas con la credibilidad de los números de alcance e interacciones que presentaban las herramientas para anunciantes de Facebook e Instagram. Todos los que invertimos en anuncios en sus plataformas comenzamos a percibir, en mayor o menor medida, una discrepancia entre la expectativa y la realidad del impacto, al grado que varios de nosotros perdimos la confianza en la plataforma social.
Hoy Meta es acusada de prácticas que muchos consideran cuestionables. Un ejemplo es la reciente demanda colectiva en la que se acusa a Meta de inflar sus métricas de visualización de anuncios hasta en un 400 por ciento. Este caso subraya cómo las promesas iniciales de transparencia y empoderamiento de los usuarios pueden desvanecerse, dejando en su lugar un modelo de negocio que parece priorizar el beneficio sobre la experiencia del usuario. Si no me creen, vean su timeline y cuenten el número de anuncios o ‘sugerencias’ que les presenta la red social.
Esta situación nos lleva a reflexionar sobre el delicado equilibrio entre innovación, crecimiento y la ética en el mundo de la tecnología. Las empresas, en su búsqueda por mantenerse relevantes y competitivas, pueden terminar adoptando prácticas que erosionan la confianza de sus usuarios. Es crucial que como sociedad exijamos transparencia y rendición de cuentas, recordando a estas empresas que su éxito no solo se mide en términos financieros, sino también en el impacto positivo que tienen en sus comunidades.
La historia nos enseña que el poder sin control conduce al abuso. Así como los monopolios de medios de antaño tuvieron que enfrentarse a regulaciones que buscaban preservar la diversidad y la competencia, hoy las empresas tecnológicas deben ser objeto de un escrutinio similar. No es suficiente con cambiar de gigantes; es necesario cambiar el juego en sí.
Vivimos en una era de cambios rápidos y de innovación constante. Sin embargo, debemos ser cautelosos y no olvidar las lecciones del pasado. Las redes sociales y las empresas tecnológicas tienen el potencial de ser fuerzas para el bien, democratizando la información y empoderando a los usuarios. Pero para que este potencial se realice plenamente, debemos exigir que actúen con responsabilidad, transparencia y un compromiso genuino con el bienestar de sus usuarios, no solo con sus resultados económicos.
La demanda contra Meta podría ser un llamado de atención necesario, recordándonos que el poder que concedemos a estas empresas viene con la expectativa de que serán guardianes, no solo de nuestros datos, sino de nuestros derechos y libertades.