Javier Murillo

Generación Z, en el ojo del huracán laboral

Lo que queda claro es que los jóvenes no son los únicos responsables de su situación laboral. Por eso, atribuirles toda la culpa es simplificar un problema mucho más complejo.

La irrupción de la generación Z en el mercado laboral ha desencadenado una ola de despidos que ha sorprendido a empleadores y analistas por igual. Jóvenes nacidos después de 1997 están siendo despedidos en niveles alarmantes, apenas meses después de haber sido contratados ¿Son ellos realmente el problema, o estamos presenciando las consecuencias de un sistema que no supo prepararlos adecuadamente?

Un reciente estudio realizado por Intelligent.com, que encuestó a casi mil líderes empresariales en Estados Unidos, revela cifras preocupantes: seis de cada diez empleadores han despedido a graduados universitarios que contrataron a principios de este año. Además, uno de cada siete considera no volver a contratar recién graduados el próximo año. Las razones apuntan a deficiencias en habilidades de comunicación, falta de profesionalismo y una aparente desmotivación.

Lo que queda claro es que los jóvenes no son los únicos responsables de su situación laboral. Por eso, atribuirles toda la culpa es simplificar un problema mucho más complejo. La educación superior, encargada de prepararlos para el mundo laboral, parece estar fallando en su misión. Instituciones que deberían ser semilleros de profesionales competentes están, en cambio, entregando títulos sin asegurar que los estudiantes posean las habilidades necesarias para enfrentar desafíos reales.

La infantilización en los campus universitarios es una realidad. La implementación de advertencias de contenido sensible, espacios seguros y una inflación en las calificaciones crea una burbuja que dista mucho de la realidad laboral. Un ejemplo ilustrativo es el de una universidad que decoró los pasillos con personajes infantiles como los Ositos Cariñositos, recordando a estudiantes adultos hábitos básicos de higiene y autocuidado.

Los empleadores señalan que muchos graduados carecen de experiencia práctica y de las llamadas ‘habilidades blandas’. Llegan tarde a reuniones, no visten de manera apropiada y desconocen las normas básicas de comunicación en el entorno laboral. Más de la mitad de los gerentes de contratación consideran que los recién graduados no están preparados para el mundo del trabajo, y un 20 por ciento afirma que no pueden manejar la carga laboral.

Bryan Driscoll, consultor de recursos humanos, sostiene que el sistema educativo actual enfatiza la teoría sobre la práctica. “Aprender sobre mitología griega puede ser fascinante, pero no prepara a un joven para comunicarse eficazmente en una reunión corporativa o para demostrar profesionalismo”. La desconexión entre lo que se enseña y lo que se exige en el mercado laboral es evidente y preocupante.

La solución no pasa por culpar exclusivamente a los jóvenes ni por estigmatizarlos. Es necesario un enfoque integral que empiece por los padres, que son en gran parte responsables, que involucre a las instituciones educativas, las empresas, y la sociedad en general. Las universidades deben adaptarse y ofrecer una formación más orientada a las necesidades reales del mercado laboral.

Por su parte, esto está obligando a las empresas a invertir en programas de mentoría y capacitación, para ayudar a los nuevos empleados a adaptarse al entorno laboral. Huy Nguyen, asesor en educación y desarrollo profesional de Intelligent.com, hace recomendaciones tan básicas a los graduados como: observar cómo interactúan sus compañeros de trabajo para comprender mejor la cultura de la empresa a la que están entrando.

La alta tasa de despidos entre los jóvenes de la generación Z es un síntoma de problemas más profundos en nuestro sistema familiar, educativo y cultural. En lugar de señalar con el dedo, es momento de reflexionar y actuar. Debemos cuestionarnos si estamos brindando a las nuevas generaciones las herramientas necesarias para triunfar o si, por el contrario, les estamos poniendo obstáculos desde casa.

Invertir en los padres, por un lado, luego la formación práctica de los jóvenes, fomentar sus habilidades blandas y promover una cultura de aprendizaje continuo puede ser la clave para cerrar esta brecha generacional. Después de todo, el éxito de estos jóvenes profesionales no solo es vital para ellos, sino también para el futuro de nuestras empresas y sociedad.

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