Javier Murillo

Y el Nobel es… para la inteligencia artificial

La entrega del Nobel a dos pioneros de la IA plantea una reflexión sobre el futuro. Si hoy reconocemos a los arquitectos de la inteligencia artificial, ¿podría llegar el día en que compartamos este honor con las propias inteligencias que hemos creado?

Siendo un exponente de la generación X, buena parte de mi adolescencia “nerd” en la década de los 80 se caracterizaba por comprar en el puesto (físico), revistas de ciencia, por un lado, y de tecnología, por el otro. Hoy, la frontera entre la ciencia y la tecnología se ha ido desdibujando con el paso del tiempo. Lo que antes eran disciplinas separadas, hoy convergen en una sinergia que impulsa avances sin precedentes.

La reciente entrega del Premio Nobel de Física a John J. Hopfield y Geoffrey E. Hinton es un claro ejemplo de cómo esta unión está redefiniendo los límites de lo posible. Este reconocimiento a Hopfield y Hinton no solo es merecido, sino también simbólico. Representa el reconocimiento a una trayectoria que ha sentado las bases de las redes neuronales artificiales, pilares fundamentales de la IA moderna, que se ha venido trabajando desde hace más de 40 años.

John J. Hopfield, físico de formación, revolucionó el campo al introducir en 1982 el concepto de redes neuronales recurrentes, conocidas como “Redes Hopfield”. Estas redes son capaces de almacenar y recuperar patrones de información, funcionando como una especie de memoria asociativa. Imaginemos buscar una palabra en nuestra mente; aunque solo recordemos fragmentos, nuestra memoria es capaz de reconstruirla. Las Redes Hopfield emulan este proceso, permitiendo que las máquinas reconozcan patrones, incluso, con información incompleta o distorsionada.

Por su parte, Geoffrey E. Hinton, psicólogo e informático, llevó las redes neuronales a otro nivel al desarrollar la “Máquina de Boltzmann” en 1985. Basada en principios de la física estadística del siglo XIX, esta máquina es capaz de aprender de ejemplos sin instrucciones explícitas, identificando patrones y categorizando información de manera autónoma. Su trabajo sentó las bases para el “deep learning”, una técnica que ha permitido avances significativos en reconocimiento de imágenes, procesamiento de lenguaje natural y otras áreas clave de la IA.

Este reconocimiento por parte del Comité Nobel es, en sí mismo, un mensaje potente: la inteligencia artificial ya no es solo un complemento tecnológico, sino una disciplina científica fundamental. La capacidad de las máquinas para aprender, interpretar y predecir abre puertas a investigaciones más profundas y descubrimientos más rápidos. Ahora “futureando”, hoy el premio Nobel se entrega a un físico y a un psicólogo, pero imaginemos que en el futuro se suma a la lista un personaje de inteligencia artificial.

La entrega del Nobel a dos pioneros de la IA plantea una reflexión inevitable sobre el futuro. Si hoy reconocemos a los arquitectos de la inteligencia artificial, ¿podría llegar el día en que compartamos este honor con las propias inteligencias que hemos creado? Las máquinas están alcanzando niveles de autonomía y creatividad sorprendentes. Si ya existen algoritmos capaces de autorreplicarse y autocorregirse, quién nos dice que eventualmente no serán capaces de realizar descubrimientos científicos.

La idea de un Nobel compartido entre humanos y máquinas podría parecer sacada de una novela de ciencia ficción, pero si consideramos el ritmo al que avanza la tecnología, no es tan descabellada. La tendencia de dar personalidad y en algunos casos, carácter de ciudadano a algunos personajes robots, como es el caso de Sophia, sumada a inteligencias artificiales que están comenzando a colaborar en investigaciones científicas, aportando perspectivas y soluciones que desafían los paradigmas tradicionales, hacen viable este escenario.

Es posible que, en un futuro no tan lejano, veamos a inteligencias artificiales colaborando activamente en descubrimientos científicos, e incluso siendo correceptoras de premios Nobel. Este escenario nos invita a reflexionar sobre nuestra propia naturaleza y el papel que queremos jugar en un mundo donde la ciencia y la tecnología son inseparables. Hoy, estamos en el umbral de uno de esos momentos. El reconocimiento a Hopfield y Hinton nos recuerda que la colaboración entre diferentes disciplinas y la unión de la inteligencia humana con la artificial pueden llevarnos a logros inimaginables ¿Y tú qué estás haciendo al respecto?

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