La Nota Dura

Cavar en la impunidad

En nuestro país hay tantos muertos, desaparecidos y sin nombre, que recordar un caso en particular debe de tener elementos terriblemente dramáticos.

¡Esa pinche memoria! Cuánto nos falla y cuánta nos falta. Esta columna se ha ocupado en recuperar decenas de reportajes de distintas organizaciones periodísticas y también mucho trabajo independiente documentando la muerte de cientos de mexicanos y de igual número de familiares buscando verdad y justicia. En nuestro país hay tantos muertos, desaparecidos y sin nombre, que recordar un caso en particular debe de tener elementos terriblemente dramáticos y a la vez dejar una herida profunda en la memoria, este es el caso de la vida y muerte de Marisela Escobedo.

El video de su asesinato se queda tatuado para siempre. Es la noche del 16 de diciembre de 2010. De una cámara que graba desde el cielo –al menos eso parece– se ve a Marisela frente al Palacio de Gobierno de Chihuahua, en Plaza Hidalgo, sobre la calle Universidad. Ahí espera justicia por el asesinato de su hija Rubí Marisol Frayre Escobedo. De pronto, de un auto blanco, baja un hombre armado, forcejea con ella un par de segundos, uno de los acompañantes de Marisela logra aventarle algo al agresor y esto le da 12 últimos pasos de vida a Marisela; la persigue el asesino y le dispara en la cabeza. Fin. La secuencia de poco más de 30 segundos cala profundo en la mente y en el corazón, la impotencia y el dolor entra por todo el cuerpo.

En un par de semanas se estrena en Netflix un documental de casi dos horas dirigido por Carlos Pérez Osorio y producido por Laura Woldenberg, titulado Las tres muertes de Marisela Escobado. Una década después nos traen la historia de la familia Frayre Escobedo y el desprecio sistemático de la justicia mexicana, de cómo se ensañaron las autoridades en hacer un infierno la búsqueda de la verdad.

La semana pasada escribía sobre el trabajo de los periodistas Marcela Turati y Efraín Tzuc en Quinto Elemento Lab y los casi 40 mil mexicanos sin nombre, perdidos en Semefos o en fosas comunes. El inicio de mi columna rescataba un texto de Turati publicado en Proceso, en 2011. Hace casi 10 años apuntaba el horror de los anfiteatros desbordados de muertos desconocidos, llevamos dos sexenios empeorando, cavando mucho más profundo el hoyo de la impunidad, lo mismo sucede con el caso de las madres buscando justicia, nada cambia.

El documental me pone a pensar en lo cercano de estas historias terribles, en que diario se asesina a 11 mujeres en este país por el hecho de ser mujeres y la justicia sigue volteándoles la cara. Pienso en Las Rastreadoras, pienso en Miriam Elizabeth Rodríguez Martínez, pienso en las historias que nos cuenta la periodista Lydiette Carrión en su libro La fosa de agua. Pienso en todas esas madres que han tratado de buscar justicia con sus propios medios, y lo siguen haciendo o han sido asesinadas, así como Marisela.

Acumulamos víctimas, acumulamos tragedias y ahora las mentes jóvenes más lúcidas del cine documental mexicano acumulan trabajos que rescatan nuestra memoria. Veamos Hasta los dientes, de Alberto Arnaut. Te nombré en el silencio, de José María Espinosa de los Monteros. Volverte a ver, de Carolina Corral. Sin tregua, de Diego Rabasa, y ahora Las tres muertes de Marisela Escobedo. Llenémonos de recordatorios. De la catarsis, a la exigencia, a dejar de cavar en la impunidad.

(Las tres muertes de Marisela Escobedo se estrena el próximo 14 de octubre en la plataforma de videos Netflix).

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