La Nota Dura

Patrimonio inmaterial

Cada Semana Santa, desde hace ciento setenta y seis años, sólo hay una noticia posible acerca de Iztapalapa: La Representación de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo.

Es curioso que al buscar Iztapalapa en internet aparece en casi todas las entradas seguida por el adverbio comparativo más: Iztapalapa, el municipio más deportivo (por la inversión en este ámbito que se ha hecho últimamente); el municipio más peligroso (alcanzó en 2017 más de 73 delitos diarios); el municipio más afectado por las lluvias el año pasado (la mitad de las inundaciones fueron en esa demarcación); el municipio más golpeado por la escasez de agua, y así suma y sigue. Sin embargo, cada Semana Santa, desde hace ciento setenta y seis años, sólo hay una noticia posible acerca de esta populosa delegación (es la concentración demográfica más grande de la ciudad): La Representación de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo en Iztapalapa, mejor conocida como 'La Pasión de Iztapalapa', a secas.

Desde 1843 se realiza esta conmemoración. En ese entonces, la población total de Iztapalapa era de apenas diez mil habitantes y estaba constituida casi íntegramente por pueblos originarios de la zona. Todo surgió como una promesa que hicieron en agradecimiento por la erradicación de un brote de viruela que se produjo en 1833 y que fulminó a casi la mitad de los pobladores.

La devoción y la entrega a la hora de repetir la historia y mejorar cada año la forma en la que se realiza fue ganando adeptos y participantes, a tal punto que hoy participan en la recreación cerca de cuatro mil personas y llegan a presenciarla más de dos millones in situ, más todos los que la siguen por televisión.

Mientras escribo esto imagino la ansiedad que tendrán los que darán vida a cada uno de los personajes de las estaciones que recorrió Cristo hasta el Calvario, representado aquí por el cerro de La Estrella. No es una representación más, por ningún motivo, es la tradición de un pueblo; el compromiso con la identidad de los iztapalenses puesta al servicio de la fe de los mexicanos, porque no olvidemos que uno de los requisitos para participar en la pasión es ser nativo de alguno de los ocho barrios que componen la alcaldía.

En esta edición, Cristo es personificado por un alumno de geofísica del Politécnico Nacional, de 23 años, y lleva todo un año preparándose duramente para este momento, tanto a nivel físico como mental y espiritual, ya que deberá cargar una cruz de 75 kilos hasta la cima del cerro para luego ser crucificado. Una muestra inequívoca de cómo los iztapalenses se involucran en la pasión. Demás está decir que ninguno de los participantes cobra por ello, es más, cada uno debe costearse su propio vestuario, que en el caso de la Virgen María o Poncio Pilatos puede llegar a 5 mil pesos.

Este año, además de todo lo expresado, cuenta con un elemento diferenciador.

A fines de la semana pasada y ad portas iniciar una nueva versión, la alcaldesa Clara Brugada llegó en compañía de quienes darán vida a Jesús, María y Poncio Pilatos, hasta el Salón Tesorería del Palacio Nacional, donde fueron recibidos por Alejandra Frausto, secretaria de Cultura, a quien le hicieron llegar la petición para que el presidente Andrés Manuel López Obrador interceda para que la Pasión sea declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad ante la UNESCO, el próximo diciembre en Bogotá.

Esta maravillosa muestra de los iztapalenses no debería tener problemas para engrosar la lista patrimonial junto a los Voladores de Papantla, el Tango o las Fallas de Valencia, entre muchos otros.

La verdad, no sé en qué se traduce conseguir finalmente esta declaración. Lo que sí sé, es que en este caso se trascienden las habilidades individuales, se compromete al colectivo, y si le sumamos el contexto en el que se realiza, con las carencias que se vive en Iztapalapa, el mérito se multiplica, tal y como en los milagros, por la intervención de la fe.

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