La Nota Dura

Sin conexión

De pronto nos vemos indefensos, apagando y prendiendo las computadoras y el teléfono, revisando si a todos les pasa lo mismo, quejándonos con los proveedores de datos.

La fragilidad de depender de algo que no entendemos o que simplemente no sabemos arreglar. Hace algunos años J.J. Abrams y Bryan Burk estrenaron una serie de televisión que caminaba entre la ciencia ficción y un escenario posapocalíptico, se llamaba Revolution. La premisa era bastante atractiva: en un mundo en un futuro próximo la humanidad lleva 15 años sin ningún aparato eléctrico, ninguna computadora, ningún auto, ningún celular, nada ha vuelto a funcionar; así es como el dueño de una empresa con 80 mil millones de dólares en la nube camina por carreteras olvidadas con un profesor universitario, un adolescente que nació sin electricidad y varias personas más que añoran el recuerdo de un mundo 'moderno'. Aunque la serie no duró ni siquiera tres temporadas, los primeros capítulos eran entretenidos por la rareza de la vida actual sin pantallas enfrente, tan sólo ese elemento la hacía novedosa y extraña. La historia después se iba por caminos de venganza, la imposición de la fuerza sobre la razón y tramas amorosas entre los personajes. En fin, pasó sin pena ni gloria, pero, insisto, los primeros capítulos nos mostraban la fragilidad de un mundo que, sin correo electrónico, tarjetas de crédito, videocámaras, totalmente desconectado, podía seguir funcionando.

No en esa magnitud, ni por un tiempo que nos angustie, pero así amanecimos hace un par de días cuando de pronto se cayeron todos los servicios de Google a nivel mundial. El impacto lo digerimos rápido en esta parte del mundo porque ocurrió alrededor de las 5 de la mañana; sin embargo, en Europa se ha tomado como una falla que puso de cabeza clases en línea, reuniones de trabajo, cientos de miles de coches afectados que usaban el mapa de Google, calefacciones conectadas al servicio Nest, televisores con Chromecast, y decenas de millones de empresas que durante 45 minutos no dejaron de gritarle a los de sistemas. La caída en Europa fue de las 12:47 a las 13:32, y ha abierto el eterno debate de la dependencia, confianza y necesidad de los servicios que hemos usado hasta el cansancio en estos últimos meses con esta restricción de movilidad, el teletrabajo y el encierro obligado. ¿Podemos confiar en ellos? ¿Cómo resolverlo? De pronto nos vemos indefensos, apagando y prendiendo las computadoras y el teléfono, revisando si a todos les pasa lo mismo, quejándonos con los proveedores de datos, y por último decidimos que no podemos seguir avanzando en nuestro día, que las clases se acabaron, la junta terminó, el viaje te ha dejado en una calle desconocida, la pantalla se fue a negros y no puedes hacer absolutamente nada, así se encuentran jefes, choferes, estudiantes y todo aquel que dependa de estar conectado.

Como excusa de unos minutos suena maravilloso, un oasis de paz ante la fragilidad de no poder hacer nada; de responsable hay un gigante desconocido llamado Google, que no responde al teléfono y nadie se hace cargo del costo de no tener 45 minutos los servicios prometidos. ¿Nos podemos acostumbrar a esto? Expertos señalan que una caída como la de hace algunos días es inusual y pensar que podría ocurrir por más tiempo es imposible; sin embargo, valdría la pena echarle un ojo a los primeros capítulos de Revolution, sólo como un ejercicio lúdico de una desconexión total, que no significa el fin, pero que pone en perspectiva de dónde se agarran hoy en día la educación, la economía, el trabajo y nuestra interacción social. Sin pantallas no miramos más allá de nuestras ventanas.

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