La Nota Dura

Última voluntad

Me cuesta mucho no ponerme en el horrible lugar de los padres que han tenido la desgracia (a falta de un neologismo mejor) de pasar por la muerte de un hijo.

Un día leí que las montañas siguen creciendo. Sí, que cada segundo y de manera sostenida, crecen imperceptiblemente. Según esto, se elevarán hasta equiparar las máximas profundidades del planeta. A lo mejor es una estupidez que carece de sustento teórico o científico, a lo mejor era una broma y yo me la creí, pero a mí me parece que tiene todo el sentido y que entra en una lógica de equilibrio. Una lógica tan normal, pero que, si se extrapola, puede resultar algo realmente perturbador.

Tu mayor miedo sería del tamaño de tu mayor anhelo y tu mayor dolor podría escalar hasta alcanzar el tamaño de tu mayor alegría.

Todo esto es un rodeo insulso para evitar entrar de golpe a un tema que no tiene atenuante y que siempre genera un freno, un cambio de respiración, una mirada hacia adentro y una extraña transformación del peso atmosférico: la muerte de un hijo.

Es que, en el fondo, son ellos lo mejor de nosotros. Es ver crecer, enseñar a hablar y a caminar a nuestras máximas alegrías y esperanzas, a todo lo bueno que queremos y quisimos. Pero también su sola existencia materializa el miedo terrible a su ausencia.

Me cuesta mucho no ponerme en el horrible lugar de los padres que han tenido la desgracia (a falta de un neologismo mejor) de pasar por eso. Incluso antes de ser padre sentía verdadera tristeza de no tener las palabras ni los gestos para mitigar ese dolor.

La historia con la que me topé me partió el día y me dejó pensando en cómo se puede negar una alegría, por mínima que sea, a unos padres que están atravesando por esto y, lo peor es que las excusas para no hacerlo agraven tu falta de empatía.

Sucedió en Inglaterra. El pequeño Ollie Jones, de apenas cuatro años, falleció en diciembre del año pasado de una extraña enfermedad. Como muchos niños, como casi todos, era fanático de los superhéroes, incluso, su última voluntad fue que en su funeral estuviera su favorito, Spiderman. Tratando de satisfacerlo, en medio del horrendo trance, los Jones decidieron hacerle un cortejo y una ceremonia temática, con globos rojos y azules alusivos al superhéroe arácnido.

La idea de la familia era poner en su lápida la imagen del personaje acompañado con la leyenda: "Ollie Jones. Nuestro regalo más preciado que podemos tener es que tu radiante sonrisa permanecerá en nuestros corazones y pensamientos para siempre. Te amamos y te extrañaremos cada día. Eres nuestro héroe especial".

Hasta aquí, todo dolorosamente normal. El asunto es que Lloyd, el padre, para poder poner aquella lápida en la tumba de su hijo, tuvo que acudir a las autoridades del condado, quienes lo remitieron a los dueños del personaje, es decir a Marvel.

"Es un duro golpe, realmente no esperaba esto, estaba seguro de que lo permitirían", escribió Lloyd al enterarse de la negativa de la empresa.

En el correo de respuesta, el gigante del entretenimiento argumenta que tienen una política de no permitir que sus personajes estén en lápidas, cementerios o urnas. En pocas palabras, no quieren asociar a sus personajes con la muerte.

Sinceramente no sé si en estas instancias valga la pena el pedir permiso, las últimas voluntades tienen ese blindaje antimarketing. Ayer me entero que hay incluso una campaña en redes para que la empresa cambie de opinión, yo creo que no lo necesitan, cualquier héroe con poderes sobrenaturales lo entendería.

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