La inflación y su significativo repunte ha sido uno de los encabezados permanentes en las noticias de todo el mundo desde hace muchos meses. Nos hemos concentrado en identificar sus fuentes y frustrado en tratar de anticipar su permanencia. Algo ha sido constante, y es la voluntad inamovible de muchos bancos centrales por asegurar que se tomarán las medidas necesarias para cumplir con los objetivos perseguidos permanentemente, en muchos casos un compromiso con un nivel determinado de inflación. México no es la excepción y en cada vehículo de comunicación, Banxico reitera que su objetivo es determinar una tasa de referencia congruente en todo momento con la convergencia ordenada y sostenida de la inflación general a la meta de 3 por ciento en el plazo en el que opera la política monetaria. No obstante, es interesante recordar qué es lo que ha pasado con dicho objetivo.
Fue a partir del año 2001 que el Banco de México adoptó un régimen de objetivos de inflación, pero fue en 2003 que fijó 3 por ciento como tal objetivo, mismo que ha permanecido fijo hasta nuestros días. No fue el único, no pocas economías emergentes en general (y latinoamericanas en particular) adoptaron regímenes de objetivos de inflación y las fijaron en niveles cercanos al establecido en México. No obstante, nuestra autoridad monetaria no ha logrado que la inflación en México converja a ese famoso 3 por ciento, de hecho, entre los años 2003 y 2019 (prepandemia) la inflación anual en México ha mostrado un promedio de 4.2 por ciento (3.7 por ciento para el componente subyacente, el cual tiende a agrupar al conjunto de precios más estables).
Entonces, no se ha logrado cumplir con el objetivo fijado desde 2003. De hecho, solo en 22 de los 204 meses que integran el plazo arriba descrito se han observado inflaciones anuales igual o inferiores a 3 por ciento. Para ser justos, Banxico no establece un objetivo puntual, sino uno que incorpora un rango de variabilidad. En el caso de México, dicho rango se encuentra entre 2 y 4 por ciento. De nuevo, el nivel promedio ha sido consistentemente superior a tal rango.
No obstante lo anterior, es relevante el reconocer que el consenso de analistas ha mostrado históricamente una fuerte confianza en Banco de México. En específico, la expectativa de inflación de mediano plazo se ha mantenido consistentemente por debajo de la media histórica en un puntual cercano a 3.5 por cirnto. De hecho, desde un punto de vista financiero, pudiera ser que se confíe en la convergencia al 3 por ciento y solamente se ofrezca una prima de riesgo al alza de 0.5 puntos porcentuales.
¿Por qué se ha fallado en la convergencia de la inflación al objetivo fijado? La respuesta no es clara y da cabida a varias interpretaciones. Una puede ser el constante reconocimiento del costo económico ligado a posturas de política monetaria restrictiva y, por ende, la adopción de un sesgo ‘paloma’ implícito y permanente. Otra alternativa podría ser un reiterativo fallo en la estimación de los efectos de la política monetaria, a través de sus diversos mecanismos de transmisión, en los niveles de inflación. Otra de tantas posibilidades podría ser solo ‘mala suerte’, materializada en la forma de una larga secuencia de choques repetidos e inesperados que han interrumpido los esfuerzos de política monetaria de manera reiterativa e histórica.
¿Cambiaría algo el reconocer la evidencia histórica y modificar el objetivo de inflación en un futuro? La respuesta no es obvia, pues cabe la posibilidad que el cambio hacia un objetivo de, por ejemplo, 4 por ciento, solo dé cabida a un corrimiento de expectativas de inflación en la misma magnitud y otra secuencia de consistentes subestimaciones del objetivo al compararlo con la nueva realidad. En este punto, reitero uno de los principales temores globales: que los altos niveles de inflación que hoy experimentamos terminen por ser parcialmente permanentes y hagan mucho más flagrante en el futuro la necesidad de ajustar al alza los objetivos de inflación alrededor del mundo.