Hay dos grandes verdades en referencia al sector exportador mexicano: se encuentra altamente concentrado en una división de actividad y escasamente diversificado en cuanto al destino de sus envíos. Recordemos, poco más de 80 por ciento de las exportaciones mexicanas tienen como destino Estados Unidos, siendo el sector automotor el más representativo (25 por ciento de ese subtotal). La cara positiva de tal concentración es, sin duda, el estar ligados directamente a uno de los principales epicentros del crecimiento económico global. La cara obscura la representa los riesgos de asociados a una limitada diversificación. Ya en la Gran Contracción de 2009 tuvimos una dosis amarga de lo que puede causar una alta dependencia a Estados Unidos y un limitadísimo margen de compensación vía el papel de otros compradores en diversas latitudes y con ciclos económicos menos sincronizados con el nuestro.
En este contexto, creo no equivocarme al reconocer en la presente coyuntura lo que podría ser un cambio estructural a nivel global. En específico, la problemática logística y la escasez de insumos ha puesto de manifiesto la problemática de depender predominantemente de hubs de producción de ciertos componentes, insumos o hasta de innovación en otras latitudes. La razón de tal dependencia no es difícil de identificar. El proceso de globalización en general y de liberalización comercial en particular llevaron al facilitamiento de un entorno donde la especialización era la estrategia dominante. ¿En qué terminaron por especializarse buena parte de las económicas globales? En aquellas actividades donde se gozaba de una ventaja comparativa o de economías a escala en la producción de ciertos bienes o servicios.
En la actual coyuntura, y en el contexto de escasez y cuellos de botella logísticos, ya se han comenzado a dar pasos en la disminución de dependencias. Por ejemplo, EU ya reconoce las desventajas de depender de la producción de semiconductores y chips en Asia y ya se implementan planes de inversión para establecer plantas a nivel local.
Lo anterior es un ejemplo de las oportunidades que abre a futuro lo que se avizora como una reconformación y reorganización de la cadena productiva global y la diversificación de riesgos en la red de proveeduría. Claramente, parte de la lógica en esta reconformación tiene que ver más con una administración estratégica de riesgos que con la aparición espontánea de una ventaja relativa que lleva a la conveniencia de mudar cadenas de suministro a latitudes más cercanas o convenientes.
En este espíritu, quizá la política industrial en México, si es que hay una como tal, debería abocarse en identificar las posibles oportunidades y sinergias que hoy se abren. Lo anterior con el fin de diversificar nuestro sector exportador, al tiempo que se podrían adoptar nuevas tecnologías e involucrarnos en líneas de producción con mayor valor agregado.
En esta tarea no solo la iniciativa privada tendría un papel importante sino también las políticas gubernamentales, comenzando con ofrecer un clima de certidumbre para la inversión y reinversión privada tanto nacional como internacional. México no es la única economía emergente con perfil manufacturero en el mundo. Se compite ferozmente, sobre todo con Asia. En este sentido, hay trabajo por hacer si se quieren capturar las oportunidades que hoy se presentan a nivel global.