Las presiones inflacionarias que han aquejado a México y al mundo en los últimos trimestres han afectado las expectativas de inflación de corto plazo. Por ejemplo, tanto mercados como analistas anticipan niveles de inflación todavía relativamente altos en un horizonte de doce meses. Es de especial importancia tomar en cuenta el desvío respecto al objetivo fijado por el Banco de México del 3 por ciento frente a la expectativa de 8.2 por ciento para el cierre del año en curso; 5.1 por ciento, a doce meses y 4.7 por ciento, al cierre de 2023, proyecciones contenidas en la más reciente Encuesta Citibanamex del 6 de septiembre. Sin embargo, las preocupaciones comienzan a enfocarse en el comportamiento de las expectativas de inflación de mediano y largo plazo.
¿Cuál es el problema con que las expectativas de inflación se ajusten al alza de manera más permanente o para el largo plazo? Considero que hay al menos dos conflictos extremos. En la medida en que dichas expectativas se elevan, tal dinámica puede terminar por afectar el proceso de formación de salarios, lo que a su vez validaría la expectativa de mayores presiones sobre precios, conformando un círculo vicioso. En una dinámica como la anterior, la generación de una espiral inflacionaria es uno de los riesgos principales.
Desde otra arista, la expectativa de inflación de largo plazo puede, en buena medida, reflejar el grado de confianza en que el banco central cumpla con su mandato de estabilidad de precios y, en el caso de Banxico, mantenga a la inflación fluctuando alrededor del objetivo del 3 por ciento. Así, la contaminación de expectativas de inflación de largo plazo puede traducirse en una erosión en la confianza en el instituto central, difícil y lentamente ganada, fácilmente capaz de ser perdida.
En este contexto, vale la pena considerar que la expectativa de inflación relevante para los próximos cinco años ya se encuentra en 3.80 por ciento. Es decir, ochenta puntos base por arriba del objetivo del Banco de México. Lo curioso de este hecho es que el desvío en el último año solo ha sido de 0.3 puntos porcentuales, pues partimos de una expectativa relativamente estable en un nivel de 3.50 por ciento. Por tanto, cualquiera podría decir que ya arrancábamos de cierto nivel de incredulidad sobre la capacidad o intención de Banxico para hacer converger a la inflación al objetivo de 3.0 por ciento.
Más curioso aún resulta el recordar que, más que desconfianza ante Banxico, la expectativa de una inflación promedio de 3.5 por ciento en los años siguientes parecería implicar el otorgamiento del beneficio de la duda o confianza parcial sobre el accionar del Banco Central. Lo anterior, al reconocer que desde que el objetivo de inflación fue fijado en 3 por ciento (2003), ésta ha promediado 4.3 por ciento (4.1 por ciento si tomamos en cuenta hasta el año 2020). Es decir, la pregunta es ¿cómo es que tal expectativa se ha mantenido en 3.5 por ciento cuando la inflación no lo ha hecho en casi veinte años?
La respuesta a la anterior pregunta merece toda una reflexión aparte. Sin embargo, hoy me conformo con subrayar que, si bien las expectativas de inflación a mayor plazo se han contaminado en los últimos meses, su principal desvío era ya estructural. Aun así, continúa sin validar la evidencia estadística que sugiere un nivel de inflación de largo plazo mucho más cerca o superior a 4 por ciento que a 3 por ciento (objetivo oficial), aun sin tomar en cuenta las presiones inflacionarias recientes y su potencial para enraizarse en tales expectativas de largo horizonte.