Quienes nacimos en la Ciudad de México sabemos que la ciudad siempre ha tenido playa. Nunca fue problema subirse o ser subido a un carro durante la noche y respirar al amanecer el viento tropical con olor a mar que ofrecen las colinas que desembocan en Acapulco.
¿Qué son tres o seis horas de viaje hacia el sur para quienes recuerdan algún traslado de esa duración dentro de la urbe? La zona más cálida de Tlalpan es la Costera.
Quizás el primer recuerdo que tengo de una cerveza es el de una Brisa que abrió algún individuo que con los dedos cubiertos de arena la adornó con un pedazo de limón mientras yo me sumergía en una fría y dulce Yoli. Brisa es para mí ahora eso, un recuerdo acapulqueño de la primera marca de cerveza light fabricada por quienes ahora distribuyen la Heineken o la Tecate.
El consumo de la "chela" ha marcado a la sociedad mexicana y frecuentemente, ha convocado a sus compadres y a quienes asisten a sus fiestas. Es parte de la vinculación que une, al menos a quienes están en edad de comprarla legalmente.
Pero es justamente su diminutivo el que alerta sobre la gran dimensión de una nación que sea por una pandemia o por sus pleitos, en estos días necesita ungüento.
"Chela" en la Ciudad de México equivale a la "cheva" en Yucatán, a "birra" en el noroeste o a "cheve" en Monterrey. Usar la palabra correcta concede un paso fuerte hacia adelante en el intento de ser tratado como local. Hay diferencias, pero un elixir en común.
"¡Ponte pal cartón, compare!", es una solicitud de contraseña que da acceso a la sociedad regiomontana. La respuesta adecuada implica abrir la cartera y entregar al solicitante el billete más grande.
En contrasentido, el personaje en cuestión sacará algo de la cajuela del coche y luego regresará de la tienda cargando cajas llenas con frías botellas de "cheve".
Esa escena se repetirá en cenas navideñas de este año en casas norteñas que como plato obligado, ofrecen delgados tamales envueltos en hoja de maíz y rellenos de carne adobada o de frijoles, probablemente comprados con los Salinas. Así se llaman, "Tamales Salinas".
Eso no funciona entre chilangos, para quienes la "chela" compite con la "cuba" en el ánimo decembrino, pero en cualquier caso, la cerveza obtiene con frecuencia un lugar en la mesa para acompañar los romeritos, un plato difícil de ver en territorios por debajo de los mil metros de altitud sobre el nivel del mar.
En la zona peninsular del sur nacional en estos días se abren los ventanales para disfrutar de los árboles del traspatio y con suerte, de una piscina que durante el invierno funciona solo en calidad de fuente ornamental.
Las "chevas", Montejo o Superior, complementan un "sandwichón" relleno de pimientos, jamón y queso crema, convertidos en un homogéneo paté que mantiene su consistencia gracias a la temporal "heladez".
Claro que en todas nuestras regiones hay quienes huyen de la gloria nacional y se refugian en placeres mundanos que derivan en una digestión lubricada con fermentos de Cabernet o de Priorat. Este país tan grande merece apertura.
Pero las mesas serán chicas este año. Los festejos, deseablemente cortos.
El volumen de chelas, birras, cheves o chevas, debe ser menor en congruencia no solo del tamaño de las reuniones, sino también de la mayor conciencia de distancia que exige el momento.
México requiere mejores días y para alcanzarlos exige la unión de su gente, esta vez para estar separada. Temporalmente.
Feliz Navidad. Esta Columnita Pibil, hecha en especial para los lectores de fin de semana de El Financiero, regresará el 8 de enero.