Debería de escucharse ya la vibración de las guitarras rascadas por un trío de hipsters que solía pararse a tocar en la esquina cada semana, pero desde que iniciaron las muertes, paró la música y prevalece el zumbido de algunas conversaciones que ocurren en mesas dispuestas en la banqueta, para evitar contagios de Covid-19.
Es afuera del Cine Colón, como alrededor del Parque México, en la Condesa, en donde uno percibe la esencia nacional: somos expertos en desayunos. Tal vez no todos puedan cocinarlos, pero esa combinación de airecito mañanero con olor a café, pan, y el aroma de unos huevos motuleños, es una pista capaz de provocar un danzón, incluso digamos, entre Felipe y Andrés Manuel. La plática mañanera es casi un vicio nacional.
¿Ahora que tanto nos divide, estamos olvidando lo que somos y nos une?
La mayoría no sabe que este Cine Colón está en Mérida y solo algunos conocen la receta de los huevos motuleños.
El primero es el punto de una atípica reunión internacional semanal. Alrededor del antiguo teatro se instalan los puestos callejeros de un mercado de comida orgánica llamado Slow Food, que también es epicentro del terremoto migratorio que experimenta la capital yucateca.
Llegan mexicanos de todos lados mezclados, a veces íntimamente, con norteamericanos de todos lados, que compran entre otras cosas, queso hecho por italianos que ya no se fueron después de aquel mítico fin del mundo maya de 2012.
¿Qué le ven a esta región aislada y con frecuencia, asada al calor del sol? Eso es placer de cada quien.
Luego están los huevos motuleños que preparan en Los Platos Rotos del Slow Food.
Su origen puede rastrearse en otro mercado, ubicado en el centro de un pueblo frente a una plaza con kiosco. Ahí, la famosa Evelia todos los días prepara a su manera el plato con ingredientes traídos del Costco que ella convierte en bendición. Evelia cocina en Motul, a 40 minutos de Mérida.
El corredor entre ambas poblaciones aportó a México hace 100 años el 30 por ciento de todas las exportaciones nacionales y el 60 por ciento de las agrícolas.
Eran días en que todo se amarraba con mecate o se metía en costales de henequén yucateco. En todo el mundo.
Durante ese tiempo de relativa bonanza, Felipe Carrillo Puerto recibió a un grupo de viajeros que incluía a José Vasconcelos y Diego Rivera. Los lugareños defienden la leyenda de que Jorge Siqueff --"chef" de moda en esos días-- resolvió un desayuno a la orilla de un cenote, organizado por un grupo que incluyó a ese trío, en un momento que pudo ser descrito por "Elenita" en su libro Tinísima.
Sobre el puré de tomate con cebolla frito en aceite de oliva, cayeron los chícharos y pedacitos de jamón serrano, para hacer una salsa que bañó huevos estrellados en su punto, con una amarilla yema danzante.
¿El complemento? Plátanos fritos al estilo de las islas caribeñas y un chile habanero toreado que aportó el ardor de la capsaicina que corona la unión de ingredientes en casi cualquier cosa que cocina un mexicano. Ese rarísimo placer tan nuestro es el último rincón también de la unión que parece derretirse al calor de caprichos y discursos que los defienden.
Nadie puede abstenerse del llanto, y a veces de carcajadas, después de morder el habanero en unos huevos motuleños. ¿Y si empezamos justo en ese momento a discutir cosas más serias?