Ayer, formalmente cerraron la compra de Deer Park. Es la refinería ubicada en Texas en la que Shell compartió una participación casi igualitaria con Pemex. Ahora sí, Deer Park, el “parque de los venados”, es de los mexicanos.
Shell dice que el trato conviene a sus dueños y Pemex dice que beneficia a los suyos.
¿Es posible que ambas empresas tengan razón? Sí, y eso puede ser comprendido por quienes pueden deshacerse de la estructura mental de la ‘suma cero’: para que alguien gane, el otro debe perder.
Shell tiene oficinas centrales en La Haya, Países Bajos, una ciudad que reúne a académicos, empresarios y burócratas holandeses que tienen una perspectiva global en buena medida porque son vecinos de la Corte Internacional de Justicia de la ONU.
El alcance de sus metas tiene también una visión mundial. Sea por gusto o por obligación, el director de Shell, Ben van Beurden, no puede resistir el embate de una sociedad que le exige detener la destrucción que sus operaciones ocasionan al ecosistema.
El verano pasado un tribunal holandés ordenó a la empresa reducir sus emisiones con más fuerza y rapidez. Se había comprometido a bajar sus emisiones de gases de efecto invernadero en 20 por ciento en una década y a cero neto, antes de 2050.
Eso no es suficiente, dictaminó un tribunal ubicado justamente en La Haya, y ordenó al productor de petróleo reducirlas 45 por ciento para 2030, en comparación con los niveles de 2019.
Shell apeló en julio, subrayando que reduciría emisiones, pero exigió que las medidas se extiendan a toda la industria, para operar en igualdad de circunstancias.
Con tanto encima, uno puede explicarse cómo comunicó Shell la venta de Deer Park, ayer:
“Como parte de su estrategia ‘Powering Progress’ (Dando Poder al Progreso), Shell planea consolidar su huella de refinación en cinco parques centrales de energía y productos químicos. Estas ubicaciones maximizarán los beneficios de la integración de la producción de combustibles y productos químicos convencionales y ofrecerán nuevos combustibles bajos en carbono y productos químicos de alto rendimiento”.
Para ellos, el trato fue bueno porque les quita un peso de encima y enfoca sus intereses en negocios que crecen.
Shell dijo a sus dueños repartidos por el mundo que mantendrá el negocio petroquímico de Deer Park, vecino a la refinería texana que ahora es propiedad de los mexicanos. Éste tiene mayor potencial que el de refinación porque produce plásticos que son demandados en casi todo, incluso en coches eléctricos.
“Powering Progress crea riqueza para nuestros accionistas a través de acciones y dividendos. De esta forma apoyamos los fondos de ahorro y pensiones de millones de personas”, reza el sitio de internet de Shell. “(Esperamos) continuar brindando la energía que el mundo necesita hoy, mientras aumentamos nuestras inversiones en energía más limpia”.
En México, Octavio Romero, director de Pemex, dijo que la compra de la refinería representa una acción estratégica del gobierno para alcanzar la meta de garantizar el abasto interno de combustibles.
Estos son y serán necesarios en la medida en que no lleguen muchos coches nuevos más eficientes, o los eléctricos, lo que parece factible en la perspectiva nacional, ante la falta de crecimiento en la infraestructura de CFE por falta de dinero, enfocado en ayudar a Pemex.
También, ante el constante crecimiento de la población en situación de pobreza y un Producto Interno Bruto que ante la caída de la economía es menor que el de 2018. La tendencia no anuncia mejoras.
Sumen a eso el problema actual para conseguir coches nuevos en las agencias ante problemas globales de suministro de piezas para producirlos, y la llegada de coches usados estadounidenses ‘regularizados’. El parque vehicular envejece aceleradamente y necesitará gasolina.
Comprar Deer Park para atender un mercado nacional empobrecido tuvo sentido para Pemex. Vender Deer Park para deshacerse de una fuente de problemas tuvo sentido, para Shell.