Imaginen poco más de 500 coches juntos. Pueden verlos en el estacionamiento de un centro comercial durante una venta nocturna, o a la entrada a la Ciudad de México en un domingo de tráfico llegando desde Cuernavaca.
Esa suma de máquinas puede pesar mil 178 toneladas, sin contar lo que llevan adentro. ¿Tienen Gmail? Eso pesará el carbón emitido para que ustedes puedan checar su mail o los archivos que tienen guardados en Drive. Solo durante la siguiente hora.
Al final del día, esas emisiones contarán 28 mil 290 toneladas y al cierre de 2022 aproximadamente 9.3 millones de toneladas, provocadas únicamente por Google. Pronto sabremos cuánto contaminan todas, tecnológicas o no, y eso genera oportunidades de solución urgente y también muchos puestos nuevos de trabajo ofrecidos ya a través de LinkedIn.
Voluntariamente, algunas de las empresas están revelando todo lo que su operación contamina. Ya no solo en su alcance más cercano. Y ahora todas deberán hacerlo forzosamente, muchas mexicanas incluidas.
Las emisiones anuales de Apple suman 22.6 millones; las de Amazon alcanzan 60 millones de toneladas, de acuerdo con los datos más recientes de las compañías, actualizados a 2020.
Estas cifras brindaron desagradables sorpresas. Contaminan más de lo que se había pensado. Mucho más.
Consideren la contaminación del alcance más cercano (scope 1), digamos, de los edificios, bodegas y flotillas de coches de Amazon. Eso limita el número de emisiones de bióxido de carbono o su equivalente a 9.6 millones de toneladas anuales, de acuerdo con reportes de la compañía.
¿De dónde salen las otras 50? De los alcances 2 y 3 (scope 2 y scope 3).
El scope 2 incluye principalmente la energía eléctrica que compra a un tercero. A la CFE, por ejemplo, cuya electricidad preocupa a los mercados por privilegiar la energía proveniente de combustibles.
El scope 3 –que todavía permanece a oscuras en la mayoría de las organizaciones– involucra la contaminación emitida por todo lo necesario para que la empresa opere, incluyendo lo que sucede con sus empleados y, atención, con sus proveedores… como muchos ubicados en México.
Cuenten ahí las compras corporativas, gastos operativos, viajes de negocios y producción, bienes de capital como la construcción de edificios, adquisición de servidores y vehículos. También el transporte de terceros a instalaciones de la empresa, el de empleados y la energía que estos consumen al trabajar en casa; embalaje, incluso los viajes de los clientes a las tiendas y el uso que dan a los productos.
Hasta ahora, contar eso es voluntario. Pero una nueva normativa en proceso de discusión en la Securities and Exchange Commission (SEC) de Estados Unidos provocará que todos –en todo el mundo– las contabilicen a partir de 2023 si venden a empresas cuyas acciones cotizan en el país vecino.
Las reglas deben quedar listas en diciembre.
La SEC es la máxima autoridad de su mercado de valores estadounidense y la razón para establecer estas medidas responden a que ya todos, las empresas incluidas, están en riesgo de subsistencia por el cambio climático. Para mejorar, hay que comenzar por medir.
“Las reglas propuestas requerirían información sobre los riesgos relacionados con el clima de una entidad registrada que es razonablemente probable que tengan un impacto material en su negocio, resultados de operaciones o condición financiera”, advierte la SEC.
Las medidas detonarán la necesidad de servicios de empresas de medición de emisiones, requeridas por la SEC como verificadores. Obviamente también los empleos en esas compañías (GHG attestation service providers).
Schneider, Intertek, SCS Global… decenas de compañías quieren ese mercado y ya compiten por trabajadores.