Cinco años que nos pasaron encima. La pandemia, la guerra en Europa y el uso próximamente generalizado de la inteligencia artificial bastaron para hacer el mundo diferente de aquel de 2018. Ese año cuando este sexenio presidencial comenzó, por cierto.
Un problema ya terminó. Se fue el virus. Ahora falta ver cuándo acaban los efectos de la guerra inexplicable del ruso Vladimir Putin en Ucrania. Pero la tercera ola, la gran ola, la de la tecnología, viene a dejar un impacto que a decir de las pistas que brindan los mercados, no puede medirse aún.
No es que la tecnología sea nueva. El uso del fuego y la rueda comenzaron todo. Lo relevante es que superamos la dependencia en la conexión de inteligencia humana para conocer cosas y habilidades.
Ahora hay otro en discordia: las computadoras que pueden pensar por sí mismas y mucho más rápido que nosotros. Algunos de ustedes lo verán con temor. Otros, con ambición respecto de los resultados que traerán las nuevas herramientas digitales.
Esos van ganando ampliamente en la generación de riqueza. Comparen los rendimientos que varios negocios han tenido desde 2018. Es necesario empezar por el contexto nacional para tener una referencia.
Invertir en empresas mexicanas resultó pobre negocio durante el lustro más reciente.
El índice que agrupa el valor de las más relevantes apenas creció 13.7 por ciento en ese tiempo.
Dicho de otra manera: por cada 100 pesos invertidos en el Índice de Precios y Cotizaciones de la Bolsa Mexicana de Valores (IPC), hoy podrían cobrar menos de 114 pesos.
Habría sido peor que invertir en pagarés bancarios, probablemente. De entonces a la fecha, otro IPC relevante, el Índice de Precios al Consumidor que mide el Inegi, se elevó casi 30 por ciento y superó los beneficios de la Bolsa. Vaya, si no tuvieron alguna inversión que les diera al menos 30 por ciento desde 2018, ustedes tienen menos dinero en términos reales.
Comprarán menos cosas porque les ganó la inflación. La odiosa comparación con el S&P 500 de las empresas que cotizan en Estados Unidos advierte un problema. En cinco años las empresas que éste incluye ganaron un valor de 64 por ciento.
El lamentable rezago de las empresas nacionales es tema para otra columna (en el IPC están contenidas la restaurantera Alsea; el norteño Grupo Maseca y el de la familia Slim, Grupo Carso, entre otras).
La gran ola
Hoy solo podemos hablar de dos tipos de empresas: las tecnológicas y las que ya desaparecieron.
Ya no hay empresas funcionales que se distancien del uso de herramientas digitales, pero mientras más se inclinen hacia el uso de éstas, más ganan valor a un nivel incomprensible, pero no por eso carente de razón. Vienen varios números, ustedes sabrán perdonar.
Las más ruidosas fueron Nvidia, productora de GPUs –que son más poderosos que los CPUs y por ello, más útiles para el desarrollo de inteligencia artificial– y claro, también Apple. Esta última rebasó la semana pasada el valor de 3 billones (trillions) de dólares y la otra entró al club del billón.
Esos combos de empresas llamados ETFs que incluyen acciones de empresas tecnológicas como estas dos, dominan el mercado.
El ETF de tecnología de la información VGT Vanguard incluye a Apple, Nvidia, Microsoft, Cisco, Oracle… y experimentó un crecimiento del 33 por ciento solo en un año contado hasta el viernes, superando incluso el crecimiento del 28.86 por ciento del índice Nasdaq. La diferencia aumenta con periodos más largos. En cinco años aumentó 144 por ciento.
No hay garantía de que ese comportamiento se repita. Pero en cualquier caso hacer comparaciones de mayor plazo puede ayudar a tener una mejor perspectiva: en 10 años, el Nasdaq, que contiene a 100 empresas tecnológicas, elevó su valor 438 por ciento; el Dow Jones, una bolsa con empresas más tradicionales, 133 por ciento.
Ahora vuelvan a voltear a ver la Bolsa Mexicana de Valores. En 10 años, su índice solo aumentó 32 por ciento. Por eso es importante revisar ese asunto con detalle.