Ayer, Andrés Manuel López Obrador la puso en un pedestal: “Es una empresa francesa, muy seria, muy responsable, pero tenemos la suerte de que en esa empresa francesa trabaja una mexicana, Maite, y eso nos ayuda mucho”, destacó el presidente.
A Maite le gustó mucho el carro restaurante que hizo ella con su equipo de trabajo. Todo, a decir de la emoción que mostró el viernes cuando resaltó las características de otro vagón cuyos asientos regulares ofrecerán, presumió, más espacio que los de un avión.
Es un tren hecho con el corazón, dijo justamente ella, la directora en México de Alstom, Maite Ramos, una mujer que colecciona títulos profesionales que van desde una licenciatura en finanzas por el Tec de Monterrey hasta su grado en dirección de empresas, por el IPADE.
Ella presentó el viernes el primer Tren Maya que pagaron los mexicanos gracias a ustedes, amables contribuyentes. Ahora van a probarlo con un viaje que hará López Obrador de Campeche a Mérida el 1 de septiembre.
Falta ver si será productivo este tren, ojalá que sí. El caso es que llegó a Cancún una de estas naves que transportarán individualmente 230 pasajeros a 160 kilómetros por hora. El compromiso de pagarlo ya está hecho y conviene sacarle provecho a éste y a los 42 que debe entregar Alstom antes de que acabe el año entrante.
La idea puede ser bien vendida a los turistas: comer en Mérida, subirse al tren para beber un par de cervezas y luego llegar en un par de horas a la playa, terminar viendo algún show en Cancún al terminar el día, antes de partir a la selva de Calakmul al día siguiente.
Esa experiencia, de paso, echará la mano a una seria y responsable empresa francesa, propiedad de accionistas como la CDPQ (Caisse de Dépôt et Placement du Québec) y de BlackRock, dirigido por Larry Fink, quien ya ha visitado al presidente en el Palacio Nacional, de acuerdo con datos de Bloomberg.
Estos años recientes han estado medio flojos para Alstom, con utilidades netas que se pelean con el uno por ciento de margen.
El Tren Maya puede, debe funcionar, no como la idea de Allen Harper, quien del otro lado del Golfo de México invirtió su dinero y el de accionistas en el Florida Fun Train, que viajaba de Orlando a Fort Lauderdale, llevando a la gente de Disney World a la playa y de regreso.
Operó a partir de 1990, hasta que desapareció siete años más tarde por la falta de pasajeros que evidenciaban su ingratitud viajando en coche ahorrando trámites.
Pero lo nuestro es el optimismo: ¿una vez que funcione el Tren Maya qué van a hacer todos ustedes con él? Unos, subirse, claro. ¿Pero alguien busca negocio?
Están las actividades más típicas de hoteles y restaurantes en las ciudades destino de su infraestructura. Vayan formándose en la fila. Otros más hábiles buscarán quizás negocios más innovadores.
Conozco un par de proyectos cuyos fundadores ven montones de gente en camino y ya organizan a propietarios de pequeñas embarcaciones en la costa yucateca para, a modo de Uber, rentar sus propiedades mediante aplicaciones digitales.
Otros vaticinan la llegada masiva de clientela vía aérea y se benefician de la corriente. Veamos.
En un año, el precio de las acciones de Asur aumentaron su valor 24 por ciento.
Otros empresarios se preparan para un crecimiento en la demanda de ferrys que conectan las islas de Quintana Roo con el continente, en donde pasajeros de crucero querrán echar un ojo a las ruinas de Uxmal o Chichén Itzá.
Todo eso parte, claro, del trabajo de Maite Ramos y su equipo de la hidalguense Ciudad Sahagún que construye trenes a una velocidad de más de un carro por día.
“En agosto entregaremos dos trenes más y así cada mes se siguen entregando trenes”, advirtió la mujer que hace, literalmente, el Tren Maya.