Aquí no leerán un juicio al trabajo artístico de Eugenio Derbez en su nueva película Radical. Hay gente con más horas invertidas en la crítica de cine.
Véanla, vale la pena. No me conmovió como esperaba, honestamente, la historia verídica en la que se basó el proyecto elevó mis expectativas. Pero ganarán por otra vía.
Entenderán bien al maestro Sergio de Matamoros que utiliza un método extraordinario para detonar el potencial de su salón de clases en la primaria José Urbina López: provocar exitosamente que la curiosidad natural de los niños se convierta en la guía de su aprendizaje.
El impulso de los aprendices se enciende adentro y sale de su cuerpo a la búsqueda de información, en sentido inverso al que promueven los gobiernos, incluido el mexicano a través de la SEP. Los niños parecen más felices así.
Pero no es importante mi opinión o la de otros respecto a la película.
Lo más relevante es que el comediante más popular de México se involucró en la promoción de la educación, la machacada ruta de la educación como el principio de las soluciones de cada quien.
Además promueve el método de Sugata Mitra, el profesor indio que en 2013 ganó el premio TED en 2013 por defender el aprendizaje autodidacta en línea.
Esta “campaña” de Derbez sucede en el mejor momento para los mexicanos, en el cual los humanos de cada país entienden y pagan mejor lo que produce la ciencia y la tecnología.
Aquí puedo repetir constantemente que estamos en una era crucial, en la que la agricultura y las fábricas son más eficientes con máquinas. Que ha despertado una nueva inteligencia artificial que compite con la humana y ahora lo que puede destapar el potencial de las personas está en la creatividad, en servir a otros de manera creativa.
Pero yo no provoco la risa de multitudes como lo hace Derbez.
Es irrelevante si gusta su humor o no. A diferencia de sesudos escritores, él conecta con millones y llena salas de cine. Generalmente lo hace con mensajes de poco valor, pero esta vez se centró en lo más puro: el destino que los más pequeños pueden construir para sí mismos.
Ellos solo deben conocer las opciones y eso se consigue descubriendo el mundo, el universo. Esa es la promesa de la educación.
Radical, esta historia que resalta a la niña Paloma y el maestro Sergio me conectó irremediablemente con lo que vi hace meses en San Pedro Sula, Honduras, precisamente en una zona enlodada de Armenta, en sus barrios llenos de maras que no son mejores que las pandillas criminales de Tamaulipas, origen de la historia Radical.
Entré a los salones de la Escuela 18 de Noviembre. Ahí, poco más de 300 niños hondureños aprenden inglés, matemáticas, geografía y más importante, lo usan para comunicarse con el resto del mundo. Ellos y sus maestros lucen muy motivados.
Cuando llegan a los 14, pronuncian discursos estructurados en inglés, con la soltura y el acento de alguien que creció bien alimentado allende el río Bravo. Es algo que poca gente puede presumir. Son pobres, pero privilegiados. Solo la mitad de los niños en Honduras estudian en escuelas techadas.
El gobierno hondureño no puede pagar las operaciones de la 18 de Noviembre, la GK Foundation de la empresa GK Global patrocina su sistema que además, ofrece un camino para quien quiera trabajar al final del trayecto, por ejemplo, en el desarrollo de software, en esa misma compañía exportadora de servicios.
Desde agosto, este caso tiene una réplica en la Colonia Fidel Velázquez, en Campeche, México. Se llama el Huerto de la Ilusión.
Radical, dirigida por Christopher Zalla y surgida de un reportaje de portada de la revista Wired, ha ganado el Festival Favorite Award, en Sundance y otros premios.
Lo más importante es que gane la conciencia de adultos que de un modo o de otro influimos en el futuro de los chicos. En México podemos tener a los mejores estudiantes del mundo. Eso dice el profesor Sergio Juárez Correa. Le creo.