Parteaguas

‘Aquí es la sede de los fifís’ y La Comer lo sabe

El mercado objetivo de La Comer es el de las “clases socioeconómicas medias y altas”, de acuerdo con un reporte de la compañía.

No se hagan, aspiracionistas. Acá en la Ciudad de México abunda el dinero y en algunos casos, la ambición de gozar sus mieles.

Ya lo dijo ayer el presidente Andrés Manuel López Obrador: “Aquí es la sede de los fifís, ni modo que van a encontrar un junior como Claudio X González en un estado de la república, no”. Yo sí he visto a uno que otro en San Pedro Garza García, pero eso es otro asunto.

¿El contexto? La opinión del mandatario sobre la influencia que los medios tienen sobre una sociedad, dice él, cada vez más conservadora en la capital del país.

Ah, cómo hemos cambiado. Del Nescafé pasamos al Nespresso.

En La Comer lo saben y a eso le sacan provecho en lo que el resto se da cuenta. El mercado objetivo de La Comer es el de las “clases socioeconómicas medias y altas”, de acuerdo con un reporte de la compañía.

“¿Por qué? Porque no es un mercado bien atendido. Competimos mejor contra otros jugadores. El cliente valora mejor nuestros atributos. Estos segmentos resisten mejor las crisis. (Es) potencialmente más redituable”, explicaron a analistas financieros en una presentación que publicaron el 31 de diciembre de 2023, cuando medio Polanco andaba pasando uvas frescas y añejas.

Si ya fueron a un City Market o a un Fresko entenderán mejor la estrategia. Ambas marcas de supermercados son propiedad del Grupo La Comer.

Vean cómo están los restaurantes de las avenidas Ámsterdam; o Altavista, en San Ángel, los de la calle Emilio Castelar… o el Negroni de Artz, en Pedregal.

¿A quiénes atienden ellos? Veamos. En un radio de 6 kilómetros de geografía de la Ciudad de México, hay digamos, 2 millones de personas en cuya casa caen unos 80 mil pesos mensuales en promedio, de acuerdo con datos del Inegi. Para los técnicos: hasta 2022, los deciles IX y X de la población que representan una quinta parte del total, promediaron ingresos por 72 mil pesos mensuales.

Esos dos millones de personas relativamente prósperas equivalen a media población de Uruguay, por su volumen.

Comparen su situación con el 20 por ciento de los más ricos de todo el país, que en promedio reciben unos 50 mil pesos. O revisen lo que pasa en Chiapas, Tlaxcala o Guerrero, cuyos ingresos rondan los 33 mil pesos mensuales. Ojo, hablamos de los grupos más favorecidos.

En el Palacio de Hierro, de los Baillères, bailaron primero ese vals. Cambiaron desde hace años el diseño de sus tiendas y les instalaron tremendas terrazas que huelen a tacos fifí.

Como que en Liverpool ya entendieron el camino. Ustedes saben que Suburbia –que es parte de esta compañía– no se caracterizaba por atender a consumidores exigentes. La consigna hasta hace poco tiempo fue la de vender barato.

“Suburbia tuvo otro trimestre sólido, logrando su mejor resultado en los últimos seis trimestres, con ventas comparables del 12.6 por ciento. Casi el 30 por ciento de este aumento se explica por un mayor tráfico”, presumió al final del mes pasado Gonzalo Gallegos, director de finanzas de Liverpool.

“Estos resultados se deben a nuestro enfoque continuo en mejorar la experiencia de compra con una mejor selección de productos, un mejor mantenimiento de las tiendas, carteles de marca claros y nuestras campañas de marketing”. Eso no lo hicieron para continuar la estrategia de baja de precios.

México es un país cuyo magro crecimiento económico ha beneficiado principalmente a una minoría relativamente bien educada capaz de trabajar en el sector financiero, en la manufactura de exportación o en altos puestos del gobierno.

Es difícil de aceptar en un país entrenado desde el siglo pasado por priistas, aliados dueños de teatros y de algunos medios de comunicación que se concentraron en dignificar la pobreza mediante la narrativa de “Nosotros los pobres, ustedes los ricos”, de la Época de Oro del Cine. Pedro es bueno porque es pobre, Jorge es malo porque es dueño de la hacienda.

Don Ramón es gentil y simpático, el señor Barriga, próspero cobrador de rentas en La Vecindad, es el villano.

Fue más fácil controlar a los pobres, que sacarlos de la miseria.

Algunos políticos siguen aprovechando la narrativa. Otros, más listos, aprovechan el generoso nicho descubierto.

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