Me hicieron esa pregunta recientemente durante una entrevista radiofónica:
¿Se van a ir las inversiones? La duda parte de los cambios propuestos por el presidente Andrés Manuel López Obrador, esta iniciativa de reforma judicial que cambiaría el modelo de selección de jueces y de impartición de justicia en México.
Siempre hay una posibilidad de que las cosas se descompongan rápidamente, en especial, cuando la soberbia vence a los políticos. Pero a pregunta expresa, respuesta corta: no.
El escenario de que mexicanos y extranjeros cierren sus negocios en México y dejen de instalar nuevos, incluso con reforma judicial, es remota. Bien podría ocurrir lo contrario.
Vamos por partes. El peso cae porque mucha gente quiso venderlos y protegerse en dólares ante la incertidumbre en el futuro del Poder Judicial mexicano. Pero el tipo de cambio actual es similar al del final del sexenio de Enrique Peña Nieto.
Si bien pueden ser las suficientes transacciones para mover el tipo de cambio, no suman las necesarias para pensar en que se repitan escenas del pasado.
Si tuviéramos una salida masiva de capitales en este momento, tendríamos algo como lo ocurrido entre 1994 y 1995, cuando el dólar brincó 100 por ciento en menos de un año. Imaginen el dólar a 36 pesos, hoy.
En este 2024, el país tiene un Banco de México que toma sus propias decisiones y casi 220 mil millones de dólares en reservas internacionales bajo su control. En aquellos viejos días ese número se acercó a cero, además México es ahora una economía tres veces más grande que la de aquellos días, que suma casi 1.5 billones de dólares (trillions) de intercambios anuales y es casi el doble de la de Suiza y por tanto, un filete para quien quiera vender algo aquí mismo a los mexicanos. ¿Para qué cerrarían sus tiendas Walmart o el OXXO?
Luego está la producción sin pagar aranceles en Norteamérica. Los mexicanos producen a costos razonables desde piezas Lego y galletas Oreo, hasta máquinas y coches eléctricos Ford y piezas para computadoras.
¿Con qué objetivo cerraría su fábrica quien exporta todo eso a Estados Unidos, Canadá, Europa o Japón, sin pagar impuestos de entrada?
Luego está la perspectiva: “México está y seguirá estando en los próximos años en el centro de la atención de los inversionistas internacionales. Corresponde ahora atraer inversiones de calidad, que representen beneficios tangibles para el país y principalmente para las y los trabajadores mexicanos”, dice el documento llamado 100 Pasos para la Transformación, signado por Claudia Sheinbaum como parte de su campaña para la Presidencia. “Además de ser sostenibles, las inversiones deben alinearse a nuestra política industrial y a los sectores estratégicos en ella definida”, aclara el texto y agrega: “Hay que promover, sobre todo, las industrias de vanguardia que transfieran al país capacidad tecnológica y conocimiento. Las inversiones que lleguen deberán comprometerse con el medio ambiente y el uso racional y sostenible de los recursos naturales”.
Quienes leen esta columna con frecuencia, recordarán que este espacio defiende la lógica de promover negocios de vanguardia que pagan mejor porque lo que hacen tiene más valor y son más ricos. Además, la relevancia de que la futura presidenta tenga en mente una “política industrial” es significativo. Ya regresaremos a eso, luego.
Hoy las empresas que superan los 3 billones de dólares de valor (trillions) son Apple y Nvidia, fabricante de componentes de computación. La enorme, pero antigua Exxon, hasta el viernes valía 489 mil millones de dólares, una sexta parte del que tienen las dos anteriores. Ford, 53 mil millones de dólares; General Motors, menos de 50 mil millones. Apple es 60 veces más valiosa. ¿Qué cadena de proveeduría conviene más como negocio?
Los márgenes de ganancia de las empresas de nuevas tecnologías superan el 50 por ciento sobre cada dólar vendido; los coches, en el mejor de los casos, rondan 10 por ciento.
“Si en los gobiernos neoliberales lo que más llegaba eran inversiones en maquila y actividades extractivas, nosotros fomentaremos las que traigan consigo salarios justos y dignos, conocimiento, innovación tecnológica y valor agregado”, dice el documento de Sheinbaum.
Por supuesto que una propuesta que pretende someter el nombramiento de jueces a elección popular es muy riesgosa y puede dejarnos en manos de árbitros cuestionables.
Pero sugiero esperar a las discusiones legislativas para hacer un juicio definitivo. Si lo que sale de ahí es razonable, cuidado, porque en una de esas la economía pega un salto.