Seamos sinceros. ¿Quién conoce la empresa BD, o su nombre original, Bector Dickinson?
Son ese tipo de compañías las que tienen contentos a los funcionarios de la Secretaría de Economía del gobierno saliente.
Fabrican productos del tipo que pocos quieren usar: jeringas rellenables o también catéteres, por ejemplo.
Hasta los millennials ya llegaron a sus cuarentas. Aquí y en Estados Unidos nos hacemos viejos y con ello, cada vez más dependientes del mercado de dispositivos médicos, de escaso sex appeal, pero de crecientes millones en México, país que se convierte en un exportador relevante de esos productos justamente cuando su gente busca alternativas a la fabricación de piezas para coches.
Ayer el gobierno presumió que este negocio crece más de 9 por ciento anualmente en esta nación. Comparen eso con el magro crecimiento del Producto Interno Bruto nacional que pelea por llegar al menos al 2 por ciento.
También divulgó que México ya es el principal proveedor de estos productos a Estados Unidos y que el año pasado llegaron inversiones por 300 millones de dólares para fabricar endoscopios, electrodos y anestesia.
BD lleva tiempo en México, en 2021 instaló una planta de jeringas de vidrio en Cuautitlán que costó unos 56 millones de dólares y el mes pasado comenzó la construcción de su tercera planta en Ciudad Juárez, Chihuahua, en la que invertirá unos 80 millones de dólares.
Todas las inversiones son bienvenidas, aunque para dimensionar consideren que las apuestas en plantas automotrices superan habitualmente los 500 millones de dólares; los centros de datos como los que instalaron Google, Microsoft y AWS en el Bajío valen unos mil millones de dólares cada uno. Una fábrica de semiconductores puede alcanzar los 10 mil millones de dólares, aunque de esas no tenemos, aún.
Aclarado lo anterior, lo que conviene destacar de la fabricación de dispositivos médicos, es su rentabilidad.
BD es una empresa que vale más, por ejemplo, que América Móvil de los Slim, con todo y Telcel. Son 71 mil 500 millones de dólares los que indican su valor de mercado en la bolsa, amén de ingresos trimestrales de 5 mil millones y una ganancia de 35 centavos por cada dólar que cobra.
Nada mal, y lejos de los 12 o 15 centavos que obtienen las atribuladas fabricantes de coches.
No es la única que invierte acá, por supuesto. Hay dos mil 633 establecimientos o empresas en México relacionados con la industria, entre las que destaca también Johnson & Johnson; Fisher & Paykel, de Nueva Zelanda, o Abott, de Chicago, que invierte 200 millones de dólares en una gigantesca planta de dispositivos cardiovasculares en Querétaro.
Atención. México hoy es el principal país en la generación de soluciones cardíacas. De las 15 que más generan comercio internacional, 13 de ellas ya tienen plantas en México, explica Carlos Salazar.
Él preside la Asociación Nacional de Proveedores de la Salud en México, que agrupa a los fabricantes de dispositivos médicos, quienes se benefician de un ecosistema nacional acostumbrado a exportar a su vecino del norte y que a este negocio ofrece costos en mano de obra 83 por ciento más económicos que en Estados Unidos y 14 por ciento, que los chinos.
Si bien el gobierno actual luce entusiasta con los resultados de inversiones surgidas por intereses de negocios, Salazar destaca que es la próxima administración de Claudia Sheinbaum con la que puede surgir una verdadera sinergia entre emprendedores y burócratas para aprovechar los beneficios de esta actividad.
El Estado puede centrarse, por ejemplo, en la generación de ingenieros biomédicos y de técnicos del ramo, pues hoy los primeros cumplen funciones operativas, en lugar de administrar procesos. Idealmente, un mayor número de técnicos disparará la industria.
Por lo pronto, el país ya completó una producción con valor de 18 mil millones de dólares en dispositivos médicos en 2023, de los cuales, 13 mil 708 millones fueron exportaciones. Bien para una actividad que pocas veces es visible.