A Donald Trump le gusta jugar rudo. En Europa lo entendieron y están contraatacando. Quizás México debería de anotar algunos tips.
Cuando escribí este texto durante el martes, estaba lejos de definirse una tendencia en la elección presidencial de Estados Unidos. Contra los deseos de la gente moderada, el candidato republicano tiene altas probabilidades de ganar, lo que puede percibirse en decisiones que toman del otro lado del Atlántico. Lean:
De acuerdo con una nota de Bloomberg publicada ayer, los operadores europeos están anticipándose a las consecuencias de esta elección crucial apostando contra el euro y cubriendo los riesgos con el franco suizo y los bonos alemanes.
En pocas palabras, compran con su moneda otros activos, lo que puede provocar que el euro se deprecie.
Si el euro cae frente al dólar, la carga de los aranceles que Trump podría aplicar sobre los europeos será menor, porque sus productos se abaratarán para los compradores estadounidenses, por efecto de su moneda, simplemente.
Trump amenazó esta semana a la presidenta Claudia Sheinbaum con aplicar un arancel de al menos 25 por ciento a los productos mexicanos, si ella no detiene a emigrantes y drogas que tienen como destino el país vecino al norte.
Bueno, pues desde junio, cuando se decidieron las elecciones en México y las campañas electorales se fortalecieron en Estados Unidos, el peso ya cayó 17 por ciento en su valor. Esa depreciación está a solo siete puntos porcentuales del eventual arancel mínimo que podría aplicar una eventual presidencia de Trump. Vaya, no compensa, pero se acerca.
¿Qué pasaría si Trump gana y eleva el tono de sus amenazas y la ejecución de los aranceles que le sirven para negociar? Es posible que el peso se debilite más.
Atención, no es un escenario deseable, México debe competir con productividad, pero los precios ayudan cuando se trata de exportaciones ¿Qué puede hacer el Banco de México ante un ataque económico externo? Que su Junta de Gobierno lo decida.
El comercio entre Estados Unidos y México no se debe a buenos deseos o a un acto de mera voluntad. Existe porque conviene a las dos partes y no va a desaparecer por los deseos de un presidente de cualquiera de las dos naciones, por más poderoso que sea.
Nadie puede eliminar unilateralmente el intercambio sin provocar un sufrimiento severo a las poblaciones de los dos lados. Con el consecuente costo político en su país, claro.
Parar el comercio binacional implica parar fábricas y dejar de surtir supermercados, acabar con empleos y provocar inflación. El impacto puede durar años. ‘There ain’t no such thing as a free lunch’, dicen los vecinos. Todo tiene un costo.
¿Querrán nuestros socios pagarlo justo cuando enfrentan amenazas globales como una guerra en Europa y otra en Medio Oriente, amén del ascenso económico de China? ¿Querrán, cuando los datos confiables indican que su economía va muy bien?
México ha pasado por momentos complicados al final del siglo pasado y en el presente, pero nada ha detenido el ‘business’.
El año pasado, Banorte hizo una revisión histórica y técnica de lo ocurrido con las exportaciones no petroleras en un periodo, digamos, “millennial”. Desde 1980 a 2022.
En ese lapso, México recibió los efectos benéficos del TLCAN en esas ventas al exterior, pero también golpes de recesiones derivadas de la crisis del ‘Tequila’ en 1995; la del ‘Puntocom’; la entrada de China a la OMC; la Gran Recesión de 2008, y la más reciente pandemia.
“La tasa de crecimiento real promedio anual oscila entre 6.4 por ciento (entre 1994 y 2022) y 7.5 por ciento (entre 1980 y 2022)”, explicó el grupo financiero de origen regiomontano.
Esto sugiere que las exportaciones no petroleras podrían tener incrementos de este orden en el futuro, agregó Banorte.
Los mexicanos pueden reclamarse muchas cosas, pero deberían sentir orgullo de ser el único país de Latinoamérica con exportaciones manufactureras relevantes que además se inclinan crecientemente hacia la producción de tecnología, sin la cual, por cierto, los amigos del norte no podrían fabricar lo que venden, por ejemplo, a Europa.
Si a Trump no le gusta, es problema de él y de sus seguidores. Falta, además, que le gane a la demócrata Kamala Harris y a los millones que la apoyan.