Cuando ve que alguien va a quemar su parcela para luego sembrar, Lorenzo Escalante suele sacar el billete más grande de su cartera y mostrárselo al dueño del terreno junto a la llama de un encendedor ¿Quemamos este billete? Le pregunta a su interlocutor, provocando con ello una mueca. Es lo que harás tú si quemas tu terreno, le advierte.
Escalante es un ingeniero agrónomo que siembra y cosecha productos de alto valor. Lo hace en pequeños terrenos por medio de estratos o niveles que conviven: desde el piso, en donde tiene dulces estevias que puede vender a mil pesos por kilo, o vainillas que le darán aún más, hasta árboles de cacao o próximamente, de aguacate, por cierto, muy lejos de Michoacán.
Su lógica es simple: el árbol o las plantas no solo son la parte visible del tronco y hojas, sino el resultado de valiosas y complicadas redes de raíces que permiten a estos seres intercambiar información y recursos cuando hay abundancia o problemas.
Hongos y microorganismos en el subsuelo completan el trabajo que puede generar millones. Los humanos nos sentimos superiores por replicar con internet lo que los vegetales hacen siempre.
La investigación que hace gente como Escalante o Suzanne Simard, en la Universidad de Columbia Británica, ha derivado en sistemas agropecuarios orgánicos muy eficientes que también aprovecha el suizo Ernst Götsch para reforestar con plantas de distintas especies y con ello hacer negocios sustentables en la Amazonia.
Esa actividad puede repuntar en México. El presidente Andrés Manuel López Obrador ya la convirtió en una economía equivalente a casi mil millones de dólares de un plumazo.
El programa Sembrando Vida está anotado en el proyecto de Presupuesto de Egresos de la Federación 2020 con 18 mil 689 millones 533 mil 876 pesos. Considerando los 15 mil millones de pesos que se aplican en el mismo este 2019, al final del sexenio el rubro bien podría sumar unos 100 mil millones invertidos de los impuestos que pagan los mexicanos. Eso amerita ponerle atención.
El programa entrega 5 mil pesos mensuales a individuos de escasos recursos que habitan zonas rurales del país, a cambio de establecer y cuidar sistemas productivos agroforestales que justamente combinen la producción de los cultivos tradicionales en conjunto con árboles frutícolas y maderables. El Ejército colabora con sus viveros y con su trabajo.
Los grandes productores de aguacate -criticados por su presunta responsabilidad en la deforestación de Michoacán y Jalisco- podrían coincidir en esta cruzada. Inclusive encauzarla.
En Jalisco exploran la convivencia entre árboles de 'oro verde' y maderables y el silvopastoreo de ganado, junto con abejas que generen miel a partir de las flores de ciertos tipos de aguacate. Todo ello en conjunto con la creación de productos de valor agregado como purés, patés y aceites, de acuerdo con lo que promueve allá Jacobo Cabrera, líder de la región ante el Consejo Nacional Agropecuario.
Él se habla para ese propósito con Nerio Torres, su contraparte en Yucatán, zona que se hizo más visible a partir de la aplicación que Sembrando Vida tiene en la Península y que Cabrera percibe como una plataforma de ataque a los mercados de Riviera Maya, Cuba, Rusia y Europa.
Curiosamente, todo lo anterior coincide con una baja constante en el presupuesto de la Sader que encabeza Víctor Villalobos, cuya colaboración es indispensable en dos rubros: la apertura de China, Corea y otros mercados internacionales que están aún cerrados a muchos productos mexicanos y el cuidado de la limpieza de la producción, de la inocuidad. Ambas son tareas de la autoridad, que requiere dinero.
Para lo demás hay gente como Escalante, que encontró la manera de producir guacamole cuyos ingredientes pueden proceder hasta de tierras mayas, siempre y cuando no destruyan el suelo, por ejemplo, con fuego.
Director general de Proyectos Especiales y Ediciones Regionales de El Financiero.