En donde ellos trabajan es México, pero opera de manera diferente.
Aquí la gente de estos días no está acostumbrada a usar el dinero. Sus abuelos trabajaban para el patrón de la hacienda que tenía, digamos, su propio sistema económico y lo que ahora producen ellos en jornadas de 60 horas semanales, es calabaza, maíz o frijol que consumen en casa y los sobrantes los intercambian con sus vecinos o los venden acaso por cientos de pesos en el mercado cercano.
Pero unos jóvenes llegados de la Ciudad de México o de otras zonas urbanas, graduados algunos por la UNAM, les cambiaron el escenario.
Acaban de comprobar la existencia de un vegetal que en unos años puede dar anualmente millones a cada campesino.
Esa planta que los lugareños creían una enredadera común es vainilla silvestre, muy similar a la de Papantla que cotiza temporalmente en el mercado internacional en unos 600 dólares por kilo. Pero ésta se localiza en la selva yucateca, ahí, entre cenotes.
En efecto, es una enredadera de hojas verdes de 20 centímetros de largo que florea una orquídea una vez cada año. Si es polinizada, dará racimos de vainas que al secarse se convierten... en vainillas.
Los habitantes de la selva cuentan que sus padres y sus abuelos suelen recoger esas varas para aromatizar su ropa cuando la guardan en baúles.
Ignoran que también la necesitan decenas de empresas para que ustedes obtengan productos que visualizan con frecuencia como una cremosa bola de helado amarillo.
Algunas de ellas son ADM, Nielsen Massey, Singing Dog, Penseys o Frontier, que después de procesarla y convertirla en polvo o pasta entregan a compañías como la suiza Nestlé o la inglesa Unilever.
Los jóvenes que llegaron de lejos trabajan para el programa Sembrando Vida, de la Secretaría de Bienestar, a cargo de María Luisa Albores.
Pero ellos no llegaron por casualidad, sino auxiliados por un ingeniero de nombre Lorenzo Escalante Balam, un experto en agricultura orgánica que colecciona 67 proyectos productivos privados en su carrera.
Sus investigaciones revelan que el acervo de la vainilla procede del intercambio comercial previo a la conquista, cuando mayas y totonacas transportaban productos que terminaron creciendo en uno y otro lado del país.
En su opinión, la vainilla ofrece además de posibles ingresos una riqueza incuantificable: no requiere de la destrucción de hábitats, por el contrario, necesita los árboles existentes para usarlos como estructura de crecimiento para alcanzar la luz y llamar a los insectos que ayudan con la tarea de polinizar.
Es un producto ideal para los propósitos de Sembrando Vida que operan los equipos de la Secretaría del Bienestar.
Ellos llegaron a cada municipio en dúos y a la aventura, con un salario individual de unos 18 mil pesos mensuales que debe alcanzarles para todo. Para servicios médicos, para viáticos y para su teléfono de celular.
Operan el programa gubernamental que toma de dinero de contribuyentes como ustedes para entregar 5 mil pesos mensuales a cada campesino que cuente con al menos 2.5 hectáreas de terreno y que mantenga verde su parcela.
Entre los beneficiarios la versión de una supuesta bonanza que puede entregar la vainilla corre estos días como chispa en pólvora encendida, pero hay riesgos.
Las estadísticas de Bloomberg dan cuenta de una historia típica de los commodities: la vainilla de Madagascar que ayer cotizaba en 329 dólares por libra, hace un año valía 370 dólares, pero hace cinco, apenas 40 dólares.
Mucho dinero para quien vende hoy frijol, pero poco para quien entra en un frenesí que puede ser desafortunado.