Cassidy Hutchinson tiene apenas 26 años de edad. A pesar de su juventud, ocupaba un puesto clave en la administración de Donald Trump, expresidente de Estados Unidos. Era el brazo derecho de Mark Meadows, el jefe de Oficina de Trump en la Casa Blanca, en el ocaso de la administración, y ello le dio un acceso privilegiado a las intrigas palaciegas. El martes, Hutchinson se convirtió en una figura protagonista de la historia presidencial del país.
Esta sexta audiencia fue una sorpresa para todos. El comité de la Cámara de Representantes que investiga la insurrección del 6 de enero de 2021 ya había anunciado que las audiencias se reanudarían hasta julio, cuando intempestivamente, el lunes pasado, Bernie Thompson anunció que habría una nueva audiencia pública al día siguiente, y volvió a Washington al comité, varios de cuyos miembros ya habían regresado a sus distritos, pues están a media campaña electoral. Thompson ni siquiera anunció la identidad del testigo, pero rápidamente se filtró el nombre de Cassidy Hutchinson.
En medio de intensas medidas de seguridad, Hutchinson compareció el martes. Su testimonio resultó explosivo. Ella gozaba de acceso total, porque no abandonaba a Meadows nunca. Por ello, ocupó una barrera de primera fila en los acontecimientos previos y durante la insurrección del 6 de enero.
En el famoso discurso de Trump en la mañana del 6 enero, azuzando a sus violentas hordas, Cassidy estuvo en el templete detrás del mandatario. Trump empezó a enojarse porque no vio a la multitud que él esperaba en la explanada donde habló. El Servicio Secreto, a cargo de la seguridad presidencial, le explicó que muchos asistentes se negaron a pasar por los detectores de metales, y la policía de Washington comprobó todo tipo de armas, incluso de alto poder, en manos de los revoltosos. Trump respondió, “no vienen a dañarme a mí. Quiten los detectores de metales, y déjenlos pasar”. No le hicieron caso. Pero Trump los quería armados, y tras él.
Tal vez recuerden que en el discurso Trump dijo que iría al frente del contingente, pero no lo hizo. Cuenta Hutchinson que al terminar el discurso, Trump exigió al chofer de su vehículo blindado que lo llevara al Capitolio. La protección del Servicio Secreto se negó, y Trump físicamente agredió al chofer tratando de tomar el volante, cosa que no pudo hacer.
Más tarde, ya en la Casa Blanca, Hutchinson escuchó una acalorada discusión entre Pat Cipillione, cabeza de la oficina legal de Trump, Mark Meadows y el presidente. Ellos le informaron a Trump que los manifestantes habían entrado al Capitolio, y querían linchar al vicepresidente Mike Pence, por haberse negado a desconocer los resultados de una elección a todas luces limpia. El comentario de Trump fue: “Se lo merece”.
En los días posteriores a los disturbios, tanto Meadows, como Rudy Giuliani, el desprestigiado abogado de Trump, le solicitaron a su jefe que les concediera un perdón presidencial, pero Trump se negó. Y se negó porque un perdón les impide acogerse a la 5ª enmienda constitucional para no declarar para no incriminarse.
El clamor para que el Departamento de Justicia actúe en contra de Trump es ya ensordecedor. Claramente, la insurrección estuvo planeada y avalada por el entonces presidente. Si no hay consecuencias contra él, el daño a la democracia estadounidense será irreparable.
LA TRAGEDIA
Imposible dejar de mencionar la terrible tragedia de los indocumentados en Texas. Hasta el momento de escribir estas líneas, había 53 decesos, entre mexicanos, guatemaltecos y hondureños, quienes murieron sofocados en un tráiler que los transportaba. Hay dos detenidos, pero eso es lo de menos. La tragedia del tráfico de seres humanos no puede continuar.