Las autocracias se van construyendo poco y poco, y casi siempre desde un triunfo en una elección democrática. Así eligieron a Vladímir Putin en Rusia y Viktor Orban en Hungría. Ahora, años después, ambos países viven en una horrible opresión.
El primer paso es suprimir el libre flujo de información. Recordarán que hace un año, durante la trasmisión del noticiero estelar de Rusia, irrumpió una joven editora, de nombre Marina Ovsyannikova, cargando una pancarta de oposición a la guerra de Putin en Ucrania, y pidiendo al auditorio que no se dejara llevar por la propaganda. Desde luego, fue inmediatamente arrestada, bajo un nuevo decreto recién aprobado por Putin, que prohibía el uso de la palabra “guerra” al referirse a Ucrania.
Marina fue puesta en arresto domiciliario mientras se ventilaba su juicio, en el que, inevitablemente, sería condenada a 10 años de prisión. Marina tuvo suerte. Una organización llamada Reporteros Sin Fronteras, basada en París, logró armar un operativo de rescate, y la pudieron sacar de Rusia. La semana pasada, Marina apareció en TV diciendo que nunca la callarían.
Pero eso es la excepción. Putin ha desaparecido a cualquier medio rebelde. Dmitry Muratov recibió el Premio Nobel de la Paz en 2021 por la cobertura de su Novaya Gazeta. El premio lo compartió con la periodista filipina María Ressa, “por los esfuerzos de ambos para preservar la libertad de expresión, que es una precondición de la democracia”.
Esto no le gustó a Putin, ni al presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte. Creció la presión sobre ambos. Muratov se vio obligado a cerrar la Gazeta, después de recibir un ataque en un tren. Dos tipos lo rociaron con pintura roja, algunos dicen que tóxica, en apoyo a las tropas rusas en Ucrania. Muratov dijo que el Nobel, en realidad, pertenecía a los periodistas asesinados por el poder, y publicó una larga lista. El año pasado, Muratov puso en subasta su medalla Nobel. Se vendió en 103 millones de dólares, que entregó al gobierno de Ucrania para resistir la invasión.
A María Ressa le fue peor. Fundó la publicación Rappler, en la que denunciaba la enorme cantidad de mentiras propagandísticas del gobierno. Fue acusada de libelo cuando publicó la corrupción de un poderoso hombre de negocios filipino, Wilfredo Keng. Sus procesos legales continúan, y si la encuentran culpable, Duterte la va a encerrar seis años.
El caso de Israel merece también mención. El primer ministro, Benjamin Netanyahu, montó un verdadero asalto al Poder Judicial, que provocó manifestaciones masivas en Tel-Aviv, y hasta en Jerusalén. Acusándolos de corruptos, Netanyahu, con el apoyo de la derecha radical, pretende despidos masivos de jueces y magistrados, para suplirlos con gente de su confianza. No hay que olvidar que Netanyahu, siendo jefe de Estado y todo, sigue bajo investigación por actos de corrupción ocurridos en sus administraciones pasadas.
Hungría, por su parte, ya radicalizó todo. Los medios, todos, son propiedad de personas cercanas al poder. El aparato judicial está completamente desmantelado, y el propio Viktor Orban se encarga de asignar los casos a los jueces. Hasta el Poder Legislativo está bajo su entero control.
Son los métodos de las tiranías. Callar a la prensa, cooptar la impartición de justicia y desmantelar las instituciones que puedan amenazar con ser un contrapeso. Por desgracia, estas tendencias van en crecimiento en este siglo. Si miramos a nuestro continente, vemos cómo la infección se expande rápidamente, y toca hasta a Estados Unidos. Esperemos que los ciudadanos nos pongamos las pilas.