Una o dos veces al año, los presidentes de Estados Unidos suelen salir a cenar con sus esposas a algún restaurante de moda en Washington. Fue el caso del viernes pasado. El presidente Joe Biden salió a cenar con la doctora Jill Biden, su esposa. La prensa, como siempre, quedó fuera del comedor, pero pendiente como siempre de los movimientos de POTUS. La noticia se diseminó rápidamente, pero dentro de lo normal.
De vuelta a la Casa Blanca, los reporteros que cubren la fuente recibieron instrucciones extrañas. Tenían unos cuantos minutos para preparar maletas, porque emprenderían un vuelo a bordo del Air Force One. Les hicieron jurar que no lo comentarían ni con sus editores.
Ya en la madrugada, llegaron a la Base Aérea Andrews. Mientras abordaban, les fueron confiscados sus computadoras y celulares. Minutos después, llegó el presidente.
Ya en el aire, por fin se rompió el silencio. La prensa fue informada que estaban volando hacia Polonia, pero que no podían, bajo ninguna circunstancia, revelar su destino. El mundo hacía a Biden durmiendo plácidamente en la Casa Blanca, mientras iniciaba lo que, seguramente, será el viaje más consecuente de su larguísima carrera política. Al llegar a Varsovia, la comitiva fue transportada a la estación de tren. No recuerdo otra instancia en la que un presidente de Estados Unidos no haya usado sus propios medios para viajar.
A estas alturas, los medios ya habían adivinado su destino. Pasaron 10 horas en el tren, atravesando buena parte de Ucrania, y finalmente arribaron a Kyiv, la capital. Se supo después que los altos mandos militares informaron a Rusia de la gira, para evitar cualquier malentendido. De cualquier manera, Biden, un hombre de casi 80 años, decidió visitar al presidente Volodímir Zelenski en el aniversario de la revolución que sacó del poder a Víktor Yanukóvich, el títere ruso, y devolvió la democracia a Ucrania.
Biden y Zelenski rindieron homenaje a los caídos en esa guerra, y luego Biden ofreció un discurso memorable. “La libertad es un privilegio único y precioso, por el que vale la pena luchar. El viernes será el aniversario de la invasión rusa. Entonces, dijeron que Kyiv caería, a lo mucho, en tres semanas. Pero no cayó. Está de pie, y yo con ustedes. Además, me comprometo a nunca abandonarlos, y en eso estamos de acuerdo con nuestros aliados de la OTAN”, dijo Biden.
Luego se echó a caminar por las calles de Kyiv, acompañado por el presidente Zelenski, y aunque sonaron las alarmas antiaéreas, terminaron su paseo sin prisas.
Unas horas después, y mientras Biden viajaba de regreso a Varsovia, habló Vladímir Putin en Moscú, en su informe a la nación. Retador, como siempre, culpó a Occidente de la invasión ucraniana. Putin sigue sosteniendo que quitarle el control de Ucrania significa un grave peligro para la existencia de Rusia.
Y luego está China, que complica aún más la ecuación. Corrió el rumor de que China estaba considerando seriamente el enviar armas a Rusia. Estados Unidos rápidamente mandó una advertencia al presidente Xi de China, que habría “consecuencias importantes” si eso ocurre. No parece probable que China quiera ponerse en medio de este conflicto. Son demasiados los lazos económicos que tienen con Estados Unidos, pero también con la Unión Europea, como para arriesgar un rompimiento por defender, y Xi lo sabe, a un hombre que ya no parece pensar lógicamente, como es Putin.
Finalmente, Putin volvió a amenazar con emplear armas nucleares. Tampoco parece probable. Si lo hace, se echará encima al mundo entero, y entonces sí quedarán sepultados sus sueños imperiales.
Mañana, hace un año, comenzó la invasión rusa de Ucrania.