Para quienes gustamos del género literario de la ciencia ficción, la “inteligencia artificial” no es una novedad. Recuerdo en especial un cuento de Isaac Asimov donde una gran computadora manejaba todos los aspectos de la vida humana. Aplicando innumerables algoritmos, seleccionaba entre toda la población mundial a una persona que era la más representativa de las posturas de la ciudadanía, y ese solo voto designaba a la cabeza del gobierno mundial.
El poder que puede adquirir la inteligencia artificial es así de grande. Geoffrey Hinton, llamado el padre de la inteligencia artificial, acaba de renunciar a su posición en Google, horrorizado por el panorama que se presenta a futuro. Dice que en 10 años la inteligencia artificial rebasará a la humana. A partir de allí, el futuro es incierto. Ahora, por ejemplo, nos ayuda a diseñar algoritmos aplicables en campañas políticas, con las que se obtienen datos exactos sobre los segmentos poblacionales a los que hay que dirigirse. Pero cuando la tecnología piense mejor que el humano, podría considerar sus instrucciones incorrectas, y hacer cambios indetectables para el hombre, de manera que el resultado sea el que la máquina quiere, y no para el que la programaron.
Puede ser que piensen que exagero, pero no es así. El brillante investigador e historiador israelí Yuval Noah Harari acaba de publicar un ensayo en la revista The Economist, donde advierte de los riesgos del desarrollo sin control de esta tecnología. Harari compara la inteligencia artificial con la energía nuclear. Ambas tienen grandes posibilidades de ayudar a la humanidad, pero ambas tienen también enormes riesgos.
Aborda, además, temas filosóficos profundos. Con la capacidad de pensar de manera más eficiente que el humano, ¿Qué podría llegar a descubrir? Sin duda, cosas buenas, pero también malas. La inteligencia artificial en manos de actores irresponsables o hasta delictivos puede ser irreversiblemente dañina, tal como una bomba nuclear. Hasta Elon Musk hizo un llamado para que los gobiernos regulen estrictamente el uso y desarrollo de la inteligencia artificial, porque no sabemos hasta dónde pueda llegar.
Sin duda, y pronto, llegará el día en que las máquinas se enteren de que nuestro uso de los datos que nos proporcionan no es del todo racional. No hay un ser humano en el planeta que pueda separar del todo sus decisiones de sus emociones. Cuando las máquinas se den cuenta de ello, ¿aprenderán a sentir? ¿Nos conocerán tan bien que podrán predecir con exactitud cada uno de nuestros actos?
Dejo para el final el impacto inmediato que empieza a tener ya la inteligencia artificial. IBM, el gigante tecnológico, anunció que las 7 mil 800 vacantes que espera en estos meses serán cubiertas por inteligencia artificial, y no por empleados. Es una gran noticia para los inversionistas de IBM, pero una catástrofe para el mercado laboral.
Regreso a Hinton. Dice, “la gran diferencia es que el humano posee información individual; la información de IA (inteligencia artificial) es colectiva. Si una máquina aprende algo, instantáneamente las otras 10 mil máquinas con la que está conectada también lo aprenden, y esa capacidad nos rebasa por mucho”. “Esa capacidad les permitirá buscar poder, y eso es muy peligroso”, concluyó.
El tema apenas empieza a penetrar el colectivo mundial, pero es de mayor importancia, y con consecuencias inciertas. Por lo pronto, hay que ponerlas a trabajar buscando una solución para detener el cambio climático, porque si no, ni ellas ni nosotros sobreviviremos.