Jorge Berry

Beirut

Hasta la mañana de ayer, había más de cien muertes y 4 mil heridos, con la seguridad de que ambas cifras crecerían con el paso de las horas.

Poco antes de las seis de la tarde, cientos, o tal vez miles de teléfonos celulares estaban apuntando hacia la zona portuaria de Beirut, en Líbano. Se alzaba una columna de humo blanco en la zona, y se podían ver pequeños fogonazos, que hacían pensar que tal vez ardía algún depósito de municiones.

A las 6:09 de la tarde, todos esos teléfonos captaron lo que tiene que ser una de las explosiones más impresionantes de los últimos tiempos. Ninguno de los celulares que filmaban pudo sostener la toma, porque al momento que los alcanzó la onda expansiva de la explosión, fueron violentamente golpeados como pinos de boliche. Por lo menos uno de los que filmaban murió al ser alcanzado.

La onda expansiva fue tan poderosa, que rompió prácticamente todos los vidrios de la ciudad. Gente que estaba en las montañas alrededor de la ciudad, a kilómetros de distancia, fue derribada por la fuerza de la onda, que se sintió hasta Chipre, a más de 200 kilómetros de distancia.

De inmediato se fue la luz. Líbano había estado sufriendo cortes intermitentes de energía eléctrica, como consecuencia de la crisis económica que enfrenta el país, y que se ha reflejado en afectaciones serias a la infraestructura. Mientras caía la noche, empezó a percibirse un fuerte olor tóxico. Las autoridades pidieron a la gente no salir de casa, pero con todas las ventanas rotas, resultó imposible no respirar el aire contaminado. Todas las ambulancias del país fueron llamadas a Beirut para trasladar heridos, y los hospitales rápidamente fueron abrumados.

Hasta la mañana de ayer, había más de cien muertes y 4 mil heridos, con la seguridad de que ambas cifras crecerían con el paso de las horas.

De los primeros en reaccionar, Israel rápidamente se deslindó de la explosión. Eran los primeros sospechosos, pues ya en el pasado habían bombardeado objetivos en la ciudad, que es el principal bastión del grupo terrorista Hezbollah. Pero ni Hezbollah acusó a Israel, reconociendo que con las cosas como están al momento, no había motivo para que Israel tomara una acción así.

El único que quiso ver moros con tranchetes fue el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quien dijo en una conferencia de prensa que le parecía que la detonación se había producido por una bomba, y que sus generales pensaban lo mismo. Pero, bueno, el mundo ya está acostumbrado a escuchar declaraciones sin ningún respeto por la verdad, que aún se desconoce. El objetivo de Trump al atizar el fuego es incierto. Pero la declaración fue de una irresponsabilidad épica.

En Oklahoma City

El primer ministro de Líbano, Hassan Diab, confirmó que lo que voló fue una bodega en la que estaban a resguardo casi 3 mil toneladas métricas de nitrato de amonio. Esta sustancia se usa en la fabricación de fertilizantes, y también en explosivos. Es lo que usó Timothy McVeigh en el ataque a un edificio federal en Oklahoma City, que mató a 168 personas. El edificio quedó destruido. La bomba de McVeigh pesaba 2.3 kilos. La explosión de Beirut fue de 2 mil 700 toneladas de nitrato de amonio.

El cargamento fue decomisado hace seis años y, desde entonces, resguardado en una bodega, sin las mínimas condiciones de seguridad para una sustancia así de volátil. ¿Qué hacía guardado ahí durante tanto tiempo? ¿Quién sabía u ordenó que se almacenara ahí? ¿Por qué?

Dado el papel que juega Líbano en la complicada ecuación del Oriente Medio, son preguntas que requieren respuesta. Pero sin olvidar al terrible sufrimiento humano que de nuevo azota a una ciudad que lleva siglos de padecer el dolor de las pérdidas.

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