Jorge Berry

Difícil transición

La explicación es sencilla: el presidente Trump siempre ha sido un tipo visceral que reacciona con el hígado y no con el cerebro.

El resultado de las elecciones presidenciales en Estados Unidos es irreversible. Donald Trump, el todavía presidente y candidato derrotado, lo sabe. Mitch McConnell, el republicano aún líder del Senado, lo sabe también. ¿Por qué la necedad de los republicanos, y del presidente en específico, de entorpecer la transición lo más posible?

En el caso del presidente Trump, la explicación es sencilla. Siempre ha sido, y lo ha demostrado mil veces, un tipo visceral, que reacciona con el hígado y no con el cerebro. La derrota es un concepto que no alcanza a digerir. Su cuna dorada, su padre pudiente, produjeron una persona acostumbrada a ganar por cualquier medio, lícito o no.

Cuando dejaba de pagarle a sus proveedores en su época de constructor, no lo hacía por ahorrar dinero, sino porque decía que el trabajo pactado no estaba a la altura de lo convenido. Pero la decisión era siempre de él. Ahora lo intentó, pero esta vez no pudo.

Trump aún está en posición de hacer mucho daño. Ordenó el retiro casi total de tropas estadounidenses de Afganistán e Irak, dejando contingentes de sólo dos mil 500 efectivos en cada país. No se descarta que vaya a intentar alguna acción contra Irán, y muchos piensan que es por ello que no permite que Biden y su equipo accedan a los informes de inteligencia diarios que, tradicionalmente, se conceden a los presidentes electos. En medio del huracán electoral, se perdió de vista la crisis de salud, pero el coronavirus avanza con más fuerza que nunca, alcanzando récords de contagios y hospitalizaciones todos los días. Tampoco ahí el equipo de Biden tiene acceso a los datos del Departamento de Salud, y advierten que provocará problemas con la distribución de la vacuna de Pfizer, que parece estar lista para el público en general.

Por último, la incierta situación legal que enfrentará Trump al abandonar la Casa Blanca también podría provocar reacciones inesperadas. Para Mitch McConnell, la preocupación es otra, y se llama Georgia. Están ya decididos 98 escaños en el próximo Senado, y los republicanos tienen 50. Los otros dos asientos son los senadores de Georgia. Ninguno de los candidatos alcanzó el 50 por ciento de los votos en la pasada elección, por lo que tienen que enfrentarse de nuevo en una segunda vuelta el 5 de enero. Davis Perdue (R) va contra Jon Ossof (D) y Kelly Loeffler (R) enfrenta a Raphael Warnock (D).

Los demócratas necesitan ganar ambos escaños, en un estado eminentemente conservador, para controlar el Senado, puesto que al haber empate a 50 en número de escaños, el voto decisivo recae en la presidencia del Senado que, por ley, ocupa el vicepresidente, quien ahora será Kamala Harris. Esto sería catastrófico para Mitch McConnell, y abriría la puerta para que los demócratas hicieran trascendentes reformas, la más llamativa de ellas, el ampliar el número de jueces en la Suprema Corte de Justicia.

Las campañas en Georgia son particularmente intensas y venenosas, al punto que el republicano Purdue se negó a debatir con su rival Ossof, por la paliza que se llevó la vez pasada. Georgia, además, está en proceso de recuento, que terminó ayer, y que parece reafirmará la victoria de Biden.

Cienfuegos

Es muy pronto para evaluar el caso del General Salvador Cienfuegos. Habrá que reportear mucho sobre los hilos políticos, diplomáticos y jurídicos que se mueven en el caso, incluyendo el marco de la transición en Estados Unidos.

El procurador Bill Barr sabe que está sentado en un polvorín, y su capacidad maniobra no es mucha.

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