Opinión Jorge Berry

El procurador

Se está destapando la cloaca en la que Barr ha sepultado al Departamento de Justicia, que se ha convertido en un bufete legal al servicio de Trump.

Dentro de la zona de desastre en que Donald Trump, presidente de Estados Unidos, ha convertido a la administración pública de su país, el daño más grave lo ha sufrido el aparato de impartición de justicia.

Cuando Trump tomó las riendas, uno de los primeros nombramientos que hizo fue el de Jeff Sessions como procurador general. Sessions, en aquellos tiempos senador por Alabama, fue de los primeros en declarar su apoyo por la candidatura de Trump, hizo campaña junto a él, y finalmente se vio recompensado. Le duró poco el gusto.

Sessions cayó de la gracia del presidente cuando se declaró imposibilitado para participar en la investigación sobre la intervención rusa en la campaña. No tenía otra opción. El haber participado en la campaña lo hacía juez y parte. Pero para Trump fue una traición pues lo dejó, según él, desprotegido ante Robert Mueller, el fiscal especial del caso. Finalmente, Trump lo despidió.

Había que encontrar un sucesor a modo. La Casa Blanca y el Departamento de Justicia recibieron un documento de un exprocurador, de nombre William Barr, que sirvió durante unos meses en la administración de George Bush papá. Básicamente, el documento estableció argumentos jurídicos para declarar al presidente por encima de la ley. Es lo que Barr realmente cree, y a Trump le encantó la idea.

Una vez confirmado por el Senado, sin un solo voto demócrata, míster Barr sacó el cobre de manera inmediata. Tergiversó el reporte Mueller, declarando al presidente exonerado, cuando el documento decía otra cosa, pero logró establecer la narrativa inicial, y eso le bastó a Trump para labores de cacareo.

Ahora, se está destapando toda la cloaca en la que Barr ha sepultado al Departamento de Justicia, que de ser una institución independiente dentro del Ejecutivo, se ha convertido en un bufete legal al servicio de Trump.

La gota que derramó el vaso fue la intervención inédita del procurador en el proceso de sentencia de un reo. No cualquier reo. Roger Stone, quien fue encontrado culpable de siete cargos federales, es uno de los impulsores originales de la carrera política de Trump, y un jurado, de forma unánime, lo condenó por, entre otras cosas, mentir al Congreso e intimidar testigos. Por ello, los fiscales recomendaron a la juez Amy Burman Jackson imponer una pena de siete a nueve años de prisión.

Al conocerse la recomendación, Trump explotó en tuiter, considerando la pena como excesiva para un hombre de 67 años. No lo es. La guía de sentencias, un documento que busca uniformar en lo posible la imposición de penas, es muy clara. Sí, los fiscales pidieron el máximo, pero esa es la política del Departamento desde que Trump tomó posesión.

Ante el tuit, Barr ordenó retirar la recomendación, y enviar otra en su lugar, pidiendo libertad condicional. Barr dice que llegó a la conclusión él mismo, pero es innegable que vio el tuit de Trump.

A raíz de este episodio, se difundió un documento, firmado por más de 2 mil exfuncionarios del Departamento de Justicia, exigiendo la renuncia inmediata del procurador Barr.

No solo es este episodio. Se empiezan a conocer todos los casos en los que Barr ha dado órdenes para ayudar al presidente y sus amigos con diversos procesos legales e investigaciones. Pero Trump, siendo Trump, si recibe un dedo, quiere tomar el brazo.

Andrew McCabe fue director del FBI en funciones cuando se abrió la investigación sobre los lazos del presidente con Rusia. Trump nunca lo va a perdonar, y ordenó a Barr que iniciara proceso contra él. Por más que rascaron, no consiguieron evidencia para abrirle proceso, y tuvieron que anunciar que se desistían de los cargos. Otra vez, Trump enfureció.

Veremos cuanto aguanta Bill Barr en el puesto, por más abyección y lealtad que haya demostrado.

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