Jorge Berry

El virus es global

El Covid-19 ya le dio la vuelta al mundo. El virus es altamente contagioso y capaz de sobrevivir durante días en distintas superficies.

Fue hasta febrero de este año cuando empezó a reconocerse la gravedad de una nueva versión del coronavirus que surgió en China. Lo bautizaron como Covid-19. Gustan de contar que la primera transmisión a un humano provino de una sopa de murciélago, pero solo es una leyenda urbana. Al parecer, se originó en el mercado de mariscos de Wuhan, en China.

El Covid-19 ya le dio la vuelta al mundo. El virus es altamente contagioso y capaz de sobrevivir durante días en distintas superficies. Cabinas de cruceros contaminados registraron presencia del virus 17 días después de la aparición original. La tasa de mortalidad anda entre el 1 y 2 por ciento. No parece mucho, pero significa millones de vidas, porque el contagio es altísimo. Todos estos datos se repiten a diario, y son conocidos. Uno pensaría que, con esa información, la reacción de los gobiernos del mundo ante la eventual declaración de 'pandemia' por la Organización Mundial de la Salud (OMS) provocaría una toma de decisiones más o menos unánime entre los gobiernos. No es así.

Tal vez por el momento político que impera en el ámbito internacional, en donde la tendencia al aislacionismo y el nacionalismo se han hecho más fuertes, la coordinación global necesaria para enfrentar la crisis tardó en llegar. Y aún entonces, la respuesta de diversos países fue distinta. Las consecuencias de esas decisiones empezaron a verse después.

En general, los gobiernos populistas quisieron minimizar la crisis. Guiseppe Conti, en Italia; Donald Trump, en Estados Unidos; Boris Johnson, en Gran Bretaña; Pedro Sánchez, en España, y Andrés Manuel López Obrador, en México, trataron de ajustar la información científica a sus necesidades políticas. Italia y España están pagando un altísimo precio, y Estados Unidos, Gran Bretaña y México, entre otros países, van para allá. Estas naciones perdieron tiempo precioso al no aplicar a tiempo las medidas preventivas recomendadas por las autoridades internacionales de salud. La mortalidad en España e Italia ya alcanzó niveles espantosos, y si nos guiamos por los modelos matemáticos de contagio, en un par de semanas Estados Unidos rebasará a todos los países en el número de muertes.

Finalmente, los gobiernos tuvieron que reconocer su error. Tanto Trump como Boris Johnson decidieron autorizar cuarentenas. México no lo ha hecho. Por más que el presidente López Obrador pregona que sus decisiones son basadas en información científica, resulta dolorosamente obvio que el subsecretario de salud, Hugo López-Gatell, está supeditado a los intereses políticos del presidente. En la conferencia de prensa matutina del martes, donde México tuvo que aceptar que había entrado en la fase 2 de la emergencia, López Obrador pintó un panorama económico inexistente, y un nivel de preparación para enfrentar la escalada de contagios que raya en lo fantástico. Si Nueva York no cuenta con el equipo y los insumos para atender la crisis, resulta ofensivo afirmar que México está listo. Sus propias cifras lo desmienten.

Habrá que reconocer que el planeta entero se está deteniendo. La pérdida de riqueza y de empleos, la agudización de la pobreza y en general los tiempos económicos difíciles están a la vuelta de la esquina y tendrán una duración incierta.

Es importante aprender lecciones para el futuro. La manera como Corea del Sur manejó el brote debe ser la maqueta para fenómenos similares. El haber logrado, en cosa de horas, implementar un sistema de detección altamente eficiente, dentro de una democracia no es cosa menor.

Hay mucho por investigar. No sabemos si el padecer el Covid-19 produce inmunidad para el futuro. Tampoco si el virus es estacional. Por lo pronto, esperemos, en un año, una vacuna. A ver si llegamos.

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