Jorge Berry

La canija verdad

En la carta de renuncia de Carlos Urzúa quedó claramente al descubierto la imposición de incondicionales en áreas de decisión, para preservar la línea política, aún en contra de la evidencia empírica.

El Departamento de Agricultura en Estados Unidos es, pocos lo saben, el centro de investigación científica pública más importante del país, y posiblemente del mundo. Puesto que su mandato incluye estudiar la mejor manera de hacer productivas a la agricultura, la ganadería y la pesca, es bajo su paraguas que se investigan los fenómenos climatológicos que afectan la vida de sus ciudadanos. Así, por ejemplo, el centro para estudios de huracanes depende de esta secretaría. También, el servicio meteorológico nacional, que trata de predecir el clima todos los días, y que sirve a prácticamente la población entera del país, en cosas tan triviales como decidir si hay que llevar paraguas antes de salir de casa; pero además, cosas tan importantes como tener que evacuar una ciudad entera que está en la trayectoria proyectada de un huracán.

Al ganar Donald Trump la elección de 2016, el entonces secretario de agricultura era Tom Vilsack. Fue designado por el presidente Barack Obama en 2007, y mantuvo su posición los ocho años de la administración. Renunció una semana antes de la toma de protesta de Trump, sorprendido por la forma en que avanzaba la transición. El proceso es descrito por Michael Lewis, en su libro The Fifth Risk (El Quinto Riesgo) donde describe el proceso.

Vilsak reunió a su equipo cercano en Agricultura, y giró instrucciones para preparar la transición. Los jefes de departamento prepararon reportes e informes del estado actual de la secretaría, los riesgos que enfrentaban, el avance en investigaciones sobre el cambio climático y los efectos que estaba teniendo en la productividad del campo. Esperaron semanas, pero nadie del equipo de Trump se molestó en llamarlos siquiera para enterarse. Cuando se anunció la designación de Sonny Perdue como futuro secretario, a unos días de la toma de protesta de Trump, finalmente apareció en las oficinas el futuro secretario, saludó, estuvo 10 minutos, y dejó a cargo a un grupo de aliados políticos totalmente ignorantes en temas agrícolas y ganaderos, y que parecieron poco interesados en el funcionamiento de la secretaría.

Empezó así la debacle del gran aparato científico investigador que costó años y miles de millones de dólares armar. Cada informe, cada resultado del trabajo científico que no cuadraba con la narrativa de la administración, encontró barreras de todo tipo para salir a la luz. La canija realidad se atravesaba en el camino trumpiano. Empezaron los recortes masivos a los presupuestos de investigación y operación de la secretaría. El servicio meteorológico nacional resultó particularmente afectado, porque es competidor de un servicio privado de predicción del clima, propiedad de un amigo de Trump, que quería vender más suscripciones a su servicio, incomparablemente menos eficiente. Pero, bajo la bandera de la desregulación, los recortes entraron en vigor.

Ahora, los investigadores y científicos que estudian tendencias económicas, y los del Instituto Nacional de Alimento y Agricultura, recibieron un ultimátum: o se mudan a Kansas City para el 30 de septiembre, o serán despedidos. Son 550 personas que llevan toda una vida en Washington, pero que cometieron el grave pecado de difundir, contra instrucciones de la secretaría, el estudio que revela la reducción de nutrientes en todos los alimentos a causa del incremento del CO2 en la atmósfera. Trump prefiere a sus seguidores ignorantes, porque la verdad no peca, pero incomoda.

Algo muy similar ocurre en México, y quedó claramente al descubierto en la carta de renuncia del secretario de hacienda Carlos Urzúa: la imposición de incondicionales en áreas de decisión, para preservar la línea política, aún en contra de la evidencia empírica. Es decir, preferible la ignorancia, que la verdad que se oponga a la ideología obradorista. Y ocurre no solo en Hacienda. Así anda toda la administración, de aquí y de allá. Es posible, desde la silla presidencial, y en estos tiempos de redes sociales, imponer una versión cómoda de la realidad. Lo hace Trump, y lo hace López Obrador. Pero, aunque ambos lo duden, la historia nos enseña que, tarde o temprano, la canija verdad se impone.

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