Jorge Berry

Mentirocracia

Este fenómeno no es de México, es una tendencia mundial. Estos líderes prefieren mentir para tapar sus errores, que atacar los problemas de forma pragmática, apunta Berry.

No dudo de las buenas intenciones de esta generación de líderes. Han llegado al poder con evidente apoyo popular, convenciendo a las mayorías con una visión tal vez utópica de los cambios que pretendían lograr en sus respectivas sociedades. Al mismo tiempo, han sido incapaces de reconocer situaciones que no responden a sus expectativas, y que requieren soluciones pragmáticas. Ante ello, han mostrado una rigidez que raya en la necedad, y han recurrido a la mentira pública, minando poco a poco, su credibilidad.

Los populistas de mal llamada "izquierda", como Hugo Chávez, tomaron el libreto fracasado de Fidel Castro en Cuba. Existen muchos que aún defienden el modelo cubano, pero cualquier medición de bienestar del pueblo cubano los desmiente claramente. De poco sirve que todos sepan leer, si llevan más de 50 años con comida racionada y poco nutritiva. Aplastar el espíritu competitivo del hombre, a cambio de una supuesta igualdad es atentar contra la naturaleza. Siguiendo el ejemplo de Stalin, quien con base en una campaña de mentiras ocultó el exterminio de buena parte de su población, fue el mismo comandante Fidel Castro quien retomó la fórmula. Con indudable capacidad retórica, Castro convenció a buena parte del mundo de que la trágica situación de su país se debía al bloqueo económico del "imperialismo yanqui", cuando en realidad, lo que hacía era seguir los designios de Moscú en el ajedrez geopolítico de la guerra fría, mientras amasaba una enorme fortuna personal. El pueblo, mientras tanto, era víctima de carencias brutales y una férrea represión de los servicios de seguridad del estado.

La mentira, en boca de un orador brillante, es un arma poderosa. Incluso un orador mediocre, como Nicolás Maduro, se sale con la suya, apoyado en algoritmos y manipulación de redes sociales, uno de los mejores productos de exportación de Rusia. Hubo quienes consideraron plausible sus conversaciones con un "pajarito" que era el alma de su antecesor.

A estos líderes ya no les importa que los desmientan con datos duros. Creen que pueden manipular a la opinión pública al grado de construir su propia realidad. Y lo podrán hacer, pero solo por un tiempo. Hoy, el pueblo cubano está perfectamente consciente de ello, y no le cree nada al gobierno, pero el aparato represor sigue siendo poderoso. El pueblo venezolano ya tampoco cree el discurso, y al igual que los cubanos desde los 60s, hace lo imposible por emigrar. Putin es cosa aparte. Si los medios no apoyan sus mentiras, los reporteros, en algunos casos, pierden hasta la vida. Los estadunidenses ya conocieron a Trump, tal vez el peor mentiroso de todos, por burdo y por tonto. Bolsonaro en Brasil está al borde de perder toda credibilidad, al igual que Boris Johnson en Gran Bretaña, y eso que ambos acaban de llegar.

No quisiera tener que hacerlo, pero debo incluir en la lista a Andrés Manuel López Obrador. Su primera gran mentira es afirmar, indignado cuando se sugiere, que él nunca miente, cuando lo hace prácticamente todos los días. Su famoso "vamos requete bien", solo lo puede afirmar un ciego absoluto ante las cifras económicas. "Ya se acabó el huachicol", "se eliminó la corrupción", "no hay desabasto de medicinas", "va mejorando la seguridad", y docenas más de sus dichos son mentiras para tratar de ajustar los hechos a una realidad ficticia que él tiene en la cabeza.

Repito, el fenómeno no es de México, es una tendencia mundial. Estos líderes prefieren mentir para tapar sus errores, que atacar los problemas de forma pragmática y encontrar soluciones que beneficien a todos. Claro que para hacer eso, hay que confiar en la ciencia y en la educación, y ese es otro tema que no se les da.

Mientras, por más que busco, no encuentro un país con un liderazgo de estas características que haya sido exitoso. Y esa es una gran verdad.

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