Jorge Berry

Pandemia a la mexicana

En junio de 1918, comenzaron a circular informes de una enfermedad altamente contagiosa, y mortal. El mundo la conoció como la "influenza española". Eran los últimos meses de la Primera Guerra Mundial, en la que España fue neutral, por lo que la prensa española no estaba sujeta a censura. Fueron los primeros en describir la enfermedad y sus síntomas, aunque se piensa que el primer brote fue en Francia. Cedió hasta tres largos años después, llegando a infectar a una tercera parte de la población mundial, y cobrando 50 millones de vidas.

La pandemia golpeó a un mundo convulsionado, inmerso en la guerra más cruenta de la historia hasta entonces. La muerte, por una u otra razón, acechaba a los humanos a la vuelta de cada esquina. Comenzó un proceso de cambio político y social, cuyo primer intento falló, y produjo la II Guerra Mundial. Este segundo intento, que lleva ya más de 70 años de duración, parece agotado.

El mundo de nuevo se encuentra sacudido por un rechazo global a la inequidad social, política y, sobre todo, económica. Otra vez, va en ascenso el nacionalismo, la xenofobia y la discriminación, ahora acompañados del trágico deterioro del biosistema planetario. Y en medio de todo esto, cuando menos preparados estamos los humanos para enfrentarla, surge otra pandemia, cuyas dimensiones aún no conocemos.

El coronavirus, o COVID-19, ha expuesto la fragilidad de los sistemas mundiales de salud, y lo dependiente que es la población de las decisiones que toman los gobernantes. Buena parte de la rápida expansión del virus por todo el planeta se debe a que el mundo tardó en tomar en serio la amenaza. China, el primer país afectado, ocultó información pensando que la enfermedad sería pasajera e intrascendente. Para cuando entendieron las dimensiones de lo que ocurría, era demasiado tarde, el virus ya se había exportado.

El draconiano sistema político de China ha permitido aplicar medidas con las que han logrado detener la expansión de la enfermedad a nivel local. Aislamientos masivos obligatorios han reducido las infecciones, pero aplicar esas soluciones resultaría intolerable en el mundo occidental.

¿Qué hacer? El reto es enorme. En Estados Unidos, el presidente Trump quiso minimizar el problema, y ahora hay enorme indignación que podría, incluso, tener consecuencias electorales. Si los modelos matemáticos de diversas universidades son correctos, Estados Unidos perderá un millón de personas. En 1920, la influenza española costó más de 600 mil vidas en el país.

En México, la cifra se calcula en 300 mil muertes. Por las crónicas de la prensa de la época, la epidemia pegó muy fuerte al norte del país, en Nuevo León y Coahuila. El General Venustiano Carranza, presidente de la república, tomó muy en serio la pandemia, y eso que tenía problemas serios encima. Mandó cerrar la frontera, solo podían entrar barcos por Veracruz, y eso después de un intenso proceso de desinfección, ordenó comprar medicamentos en Estados Unidos y mandó habilitar lugares para aislar infectados. De cualquier forma, los servicios de salud se vieron superados.

Está ampliamente documentado el daño que puede causar a la salud una mala respuesta del gobierno. Pasó en Italia, está pasando en Estados Unidos y pasará en México, y pronto. Supeditar el tema a intereses políticos individuales o de grupo, es un acto criminal, porque costará vidas. Esta manía del presidente Andrés Manuel López Obrador por la opacidad, no nos llevará a nada bueno, porque hace volar a ciegas a los profesionales de la salud, quienes además, ni siquiera cuentan con un presupuesto adecuado.

Esto no es un juego, y no se juega con la vida de los mexicanos.

Como dijo nuestro director en una de sus Coordenadas de la semana pasada, ojalá me equivoque.

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