Opinión Jorge Berry

Terror doméstico

Quedarán imágenes imborrables: el hombre vestido de búfalo sentado en la presidencia del Senado; el tipo con los pies arriba del escritorio de Nancy Pelosi.

Donald John Trump, 45º presidente de Estados Unidos, se convirtió ayer en el primero en la historia en ser sometido a un proceso de destitución dos veces en el mismo mandato. La Cámara de Representantes, esta vez acompañada hasta de algunos republicanos, presentó un único cargo contra el presidente: incitación a la insurrección, por los hechos del 6 de enero. La invasión del Capitolio por parte de las hordas trumpianas marcó la primera vez que la sede del Legislativo de EU está bajo asedio desde la guerra de 1812, hace más de 200 años, cuando los ingleses le prendieron fuego.

Más allá del simbolismo que significa para los estadounidenses ver a la sede de su democracia desecrada (sí, es palabra aceptada por la RAE), se cometieron delitos graves. Quedarán imágenes imborrables. El hombre vestido de búfalo sentado en la presidencia del Senado. El tipo con los pies arriba del escritorio de Nancy Pelosi. Los cánticos para linchar al vicepresidente Mike Pence. La ausencia absoluta de rostros minoritarios. Ni un solo afroamericano ni latino ni oriental. Fue una rebelión de privilegio blanco. Se estima, después de identificar a un número grande de participantes, que su ingreso medio es de unos nada despreciables 70 mil dólares al año.

Hay algo más de 100 detenidos por distintos delitos, pero, dado el clima político del país, creo que los van a procesar, como nos gusta decir aquí, hasta sus últimas consecuencias, y habrá sentencias largas. El propio Trump está legalmente vulnerable.

¿Cómo llegó a pasar esto? En Estados Unidos se hacen detallados análisis, pero si bien el catalizador e instigador de los disturbios fue Donald Trump, lo cierto es que él, malévolamente, aprovechó el descontento de algunos sectores radicales de extrema derecha, lo canalizó, le dio liderazgo y legitimidad, y estos son los resultados.

Grupos como los Proud Boys, de reciente creación, o el viejo Ku Klux Klan comparten un odio racial que les impide considerar a Estados Unidos como una sociedad que no sea dominada por los blancos, aunque sean minoría. En buena parte producto de la ignorancia, de las enquistadas tradiciones discriminatorias, y de otros tabúes, esta parte de la sociedad insiste en vivir en un pasado que ya desapareció, y no volverá.

Seríamos omisos en México si no tomamos estos acontecimientos como un aviso. Las condiciones son las mismas. Tanto Trump como el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, son populistas consumados, que usan las falsas promesas y la mentira para mantener encendido el apoyo de sus bases. Los más fieles seguidores de ambos no razonan, siguen al líder incondicionalmente.

Otro grupo, más inteligente y educado, aprovecha el arrastre mesiánico de ambos, para sacar provecho propio. Son los más peligrosos, porque tratarán de tomar la bandera trumpiana u obradorista para maniobrar a favor de sus propios intereses. Como Lindsey Graham, el senador por Carolina del Sur, allá, o como Ricardo Monreal acá.

Los que pierden son los ciudadanos. Si las cosas se pusieron así en Washington, preocupa la reacción de las masas obradoristas en México, si pierden la elección intermedia de este año. Allá, con todo, las instituciones son más sólidas, y aguantaron este embate populista. En México, los grupos de choque entrenados por el delincuente español Abraham Mendieta y su cómplice Katu Arkonada son, digamos, más 'persuasivos', y nuestras instituciones más débiles, luego de dos años de ataque constante. Ya para la elección, quién sabe qué tan debilitado llegue el INE, mientras el TEPJF ya está bajo control del gobierno, y veremos si todavía hay Inai.

En Estados Unidos, lo probable es que el juicio en el Senado para destituir a Donald Trump no se realice, sino hasta que ya el presidente sea Joe Biden, dentro de seis días.

Aquí, en EL FINANCIERO, seguiremos informando.

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