Las vueltas que da la vida. Llevamos casi cuatro años de hablar incesantemente de Donald Trump, y cómo, desde la presidencia de los Estados Unidos, ha intentado por todos los medios a su alcance dinamitar las instituciones democráticas que sirven (servían) para acotar el poder presidencial. Y nos pasamos meses analizando la extraña relación Putin-Trump, la incomprensible retracción de Estados Unidos en la geopolítica, la entrega de esferas de influencia estadounidenses a otros países. Todo, con objeto de tratar de descubrir lo que se espera en la elección presidencial del próximo 3 de noviembre.
No digo que haya sido un ejercicio inútil, porque nos permitió diagnosticar hasta qué punto la ambición y la corrupción de un presidente pueden dañar los cimientos de cualquier democracia, así sea la más poderosa del planeta. Pero ni el más clarividente de los politólogos del mundo podría haber pronosticado que una pandemia mundial cambiaría a tal grado la ecuación electoral en EU.
A la basura, todos los análisis previos. Donald Trump será reelecto, o no lo será, con base, exclusivamente, en cómo perciba el electorado su actuación ante la crisis. En esta guerra todo se vale, y los republicanos, nunca distinguidos por su limpieza electoral, están haciendo lo suyo para inclinar la balanza.
La primera batalla se libró en Wisconsin hace dos días. El estado no solo tenía elecciones primarias, que corresponden a cada partido. También estaba en juego un asiento en la Suprema Corte de Justicia del estado, que los republicanos no estaban dispuestos a perder, aunque la reciente historia electoral los tenía preocupados.
Wisconsin votó dos veces por Obama, en 2008 y 2012. Pero en 2016 se volteó y fue parte de la inesperada victoria de Donald Trump. Wisconsin no le perdonó a Hillary Clinton, la candidata demócrata, que no hizo una sola visita de campaña al estado, porque estaba segura de tenerlo en la bolsa. No fue así.
Dos años de Donald Trump en la presidencia fueron suficientes para que Wisconsin se diera cuenta de su error. En las elecciones intermedias de 2018, eligieron a un gobernador demócrata, aunque no pudieron hacerse del control del Legislativo. ¿Por qué? Pues porque los republicanos han distorsionado el mapa electoral a tal grado, que a pesar de perder la votación general de la Cámara baja por casi 150 mil votos, este resultado se traduce en una mayoría republicana en el recinto de 65 por ciento a 35 por ciento en favor de los republicanos. Absolutamente bizarro.
Ante la pandemia, el gobernador Tony Evers emitió la orden de quedarse en casa y suspender la elección hasta el mes de junio, tal y como hicieron todos los demás estados programados para efectuar primarias. Pero los republicanos de Wisconsin vieron una oportunidad, e impugnaron ante las cortes el decreto del gobernador, insistiendo en que posponer el proceso alteraba la elección. Evers les pidió entonces que aceptaran una extensión para que todos pudieran votar por correo. Tampoco, y fueron a dar hasta la Suprema Corte, cuya mayoría conservadora ordenó realizar la elección. El resultado electoral se conocerá hasta el 13 de abril. Pero en los hechos, arriesgaron la vida de miles, obligando a la gente a hacer largas filas. Solo funcionaron cinco de 180 casillas originales en Milwaukee, la ciudad más grande del estado.
Entre menos personas voten, mejor les irá a los republicanos, y muchos no fueron a votar para no arriesgarse. Esto también es verdad a escala nacional. ¿Cómo andará la pandemia para el 3 de noviembre? Nadie lo sabe. Los intentos de blindar la elección, permitiendo el voto nacional por correo, serán bloqueados por el Ejecutivo y el Senado. Ya lo dijeron Trump y McConnell. No les quedan muchas opciones a los demócratas. Todo apunta a que una operación masiva de supresión de voto, sobre todo de las minorías, sea aplicada a escala nacional, con pocas herramientas para impedirlo.
Sí. Los republicanos juegan sucio. Sería hora de que lo aprendieran los demócratas.