Jorge Berry

¿Y en Brasil?

El trofeo a la peor respuesta ante la crisis de salud en América corresponde de manera inobjetable al presidente de Brasil, Jair Bolsonaro.

Varias veces he comentado en este espacio cómo la ineptitud de las respuestas de políticos populistas a la pandemia del coronavirus ha costado vidas, y desnudado a sus defensores, como Donald Trump, el presidente de Estados Unidos, y Andrés Manuel López Obrador, presidente de México, para hablar sólo de nuestro continente.

Sin descontar los errores y omisiones, intencionales o no, de los dos antes mencionados, el trofeo a la peor respuesta ante la crisis de salud en América corresponde de manera inobjetable al presidente de Brasil, Jair Bolsonaro.

El peligro de dotar a los populistas de poder absoluto, como tuvo Luiz Inacio Lula da Silva en Brasil, y su sucesora Dilma Rousseff, es que cuando finalmente se descubren sus corruptelas, la indignación social es tanta, que le entregan el país a un absoluto reaccionario, como es Bolsonaro. No engañó a nadie en campaña. Lo que prometió, lo ha cumplido. Sólo que al cumplirlo, acelera la destrucción de la selva del Amazonas, el pulmón del mundo, y no reconoce que el movimiento ecologista es para preservar el patrimonio y la existencia misma de la humanidad entera, no sólo de Brasil.

Esta estructura mental y política ha llevado a Bolsonaro a crear lo que parece se convertirá en el peor foco de infección de coronavirus en el mundo. La semana pasada, Brasil se convirtió en el país con más contagios detrás de Estados Unidos, pero con una curva aún ascendente. Sao Paulo, la ciudad más golpeada por el Covid-19, ya tiene saturación completa en sus hospitales. En redes sociales circuló un video que muestra tomas aéreas del cementerio Villa Formosa en las afuera de Sao Paulo, con filas interminables de fosas ya cavadas esperando a las víctimas. Hay un nuevo sepelio cada diez minutos.

Ante todo esto, Bolsonaro, impávido, sigue empujando por reactivar la economía como primera prioridad del país. El presidente, que llama al coronavirus "una gripita", ya provocó el rechazo casi unánime de las autoridades sanitarias de Brasil. En dos meses, han desfilado ya tres secretarios de salud, que renuncian porque su conciencia y su ética profesional les impide aprobar las decisiones presidenciales sobre la pandemia. Sólo Sao Paulo, la ciudad más poblada de Brasil, y también la más rica, tiene cifras similares a México entero: se acerca a los 80 mil casos comprobados, y registra alrededor de 7 mil muertes. Y, tal como pasa en México, el pico de la pandemia llegará cuando no haya camas en los hospitales, mucho menos camas de terapia intensiva, ni equipo suficiente para proteger a doctores y enfermeras, que como en México, tienen un altísimo grado de riesgo de contagio.

La crisis ahí está, pero Bolsonaro y su gobierno parecen preocupados por otras cosas.

"Mucha gente va a morir -dice Bolsonaro- y eso no tiene remedio. Pero más gente morirá si no reabrimos la economía, porque no tendrán para comer."

El populismo, en cualquiera de sus versiones, se basa en la entrega de ayuda a los sectores más vulnerables de la sociedad, a cambio de sus votos. Ahora que realmente es necesaria una política asistencialista para detener la pandemia, resulta que no hay fondos. Porque ni Estados Unidos, con paquetes de ayuda trillonarios, puede equilibrar una economía que pierde 30 millones de empleos en cosa de tres meses.

Las dimensiones de la crisis todavía no se alcanzan a ver en su totalidad, pero en lo que sí hay consenso global es que el mundo que emergerá después de la pandemia será muy distinto al que ya se fue. No sé si mejor o peor, pero sí distinto.

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