Jorge Berry

Y faltan dos años

Ningún político puede ignorar las señales de sus representados porque siempre tiene que estar pensando en la próxima elección, escribe Jorge Berry.

Es posible que uno de los principales problemas que enfrenta el sistema político de Estados Unidos es la campaña permanente. También podría ser su mayor fortaleza. Hace apenas cuatro meses, en noviembre de 2018, los estadounidenses fueron a las urnas para las elecciones federales intermedias. Fue un proceso trascendente porque cambió el control de la Cámara baja del Congreso de manos republicanas al Partido Demócrata, lo que significó una muy seria derrota para el presidente Donald Trump.

Pocos recuerdan lo anterior porque, apenas comenzó este año, empezaron a destaparse los precandidatos demócratas a la presidencia para 2020. Con un presidente rechazado por la mayoría en el país, el campo parece fértil para un cambio en la Casa Blanca; por ello, se han postulado ya más de una docena de aspirantes y faltan aún algunos que podrían dar el salto.

Entre los que ya anunciaron su candidatura, el senador Bernie Sanders lleva una cómoda delantera. La gente lo recuerda como precandidato en 2016, cuando con una plataforma progresista, metió en problemas a la eventual ganadora Hillary Clinton. Muchos piensan que ahí perdieron la elección los demócratas, porque Sanders no habría sido tan vulnerable ante Trump. Ahora, Sanders ya no es un caballo negro y tiene que enfrentar la campaña como uno de los favoritos.

La gran interrogante para los demócratas está entre quienes aún no anuncian sus intenciones. Joe Biden, vicepresidente durante los ocho años de Obama en la Casa Blanca, se convertiría en el favorito automático si se decide, aunque enfrenta varios problemas. Su campaña tendría que ser fondeada por donadores grandes, cuando muchos de sus rivales se han comprometido a no recibir fondos de intereses especiales. Su avanzada edad, que lo hace parecer como una de las figuras del pasado y no del futuro. Esta debilidad la comparte con Bernie Sanders. Y su largo servicio público les dará municiones a sus adversarios, que le cuestionarán cada voto que emitió como senador.

Al comenzar la semana, Stacy Abrams, candidata perdedora a la gubernatura de Georgia, anunció su posible participación. Ella obtuvo gran popularidad en la pasada campaña, que perdió en una elección muy cuestionada por las tácticas que emplearon los republicanos para suprimir el voto afroamericano. Podría ser factor, y tal vez una buena compañera de fórmula, si el ganador es hombre.

La atención, sin embargo, está centrada en el casi seguro anuncio de Beto O´Rourke el próximo viernes. Usted lo recuerda como el demócrata que se quedó a un milímetro de desbancar a Ted Cruz de su posición en el Senado en la pasada elección de 2018. Su campaña volteó a Texas al revés, porque es un estado donde los demócratas no tienen fuerza. Es territorio Trump. Aun así, Beto montó una campaña dirigida a los jóvenes, consiguió donaciones multimillonarias de pequeños contribuyentes y logró despertar el entusiasmo de millones. Es, sin duda, el más carismático de los candidatos. A quienes tienen edad, les recuerda a Robert Kennedy.

Los republicanos, además, están operando bajo la premisa de que O'Rourke será el candidato. Le temen a su juventud, a su capacidad de conectar con la gente y a su maquinaria de recaudación. No olvidan la revolcada que Beto le aplicó a Ted Cruz en los debates de la campaña por el Senado.

Si bien es cierto que este estado de campaña permanente en la que viven los políticos de Estados Unidos resulta un distractor que reduce el tiemplo disponible para legislar y gobernar, también hay que reconocer que es un termómetro permanente del pulso de la sociedad, que influye de manera directa en las votaciones legislativas. Ningún político puede ignorar las señales de sus representados porque siempre tiene que estar pensando en la próxima elección. El sistema es complicado, difícil de navegar y absolutamente incierto, pero finalmente funciona… hasta ahora.

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