Este es mi último artículo para El Financiero. Envío todo mi agradecimiento a Manuel Arroyo y a Enrique Quintana por su hospitalidad durante casi tres años; agradezco en particular la total libertad que me brindaron para escribir absolutamente todo lo que quise. En vista de ello, creo que tiene sentido comentar un tema de intersección entre la economía y la política; de eso han tratado muchas de las columnas que he propuesto al lector durante este tiempo.
Es difícil prever cuánto durará el aletargamiento de la economía mexicana. Todo sugiere que, para este año entero, el crecimiento apenas superará el cero por ciento, si no es que se produce un pequeño retroceso. Los pronósticos para el año entrante, todavía basados en una expansión 'normal' de la economía de Estados Unidos, digamos de entre 1.5 y 2 por ciento, oscilan en torno al 1.5 por ciento para México. Pero desde hace días, y en realidad casi meses, ronda por los mercados el espectro de una recesión norteamericana. En los hechos, el propio Trump ya la acepta.
Conviene recordar que el comercio internacional representa más de la mitad de la economía mexicana. De ese total, casi 80 por ciento es con Estados Unidos (importaciones más exportaciones); en otras palabras, cerca de 40 por ciento de la economía mexicana se vincula directamente con nuestro vecino del norte. Como vimos aquí hace unas semanas, ya no se da de manera tan automática como antes la alineación de ambas economías. Estados Unidos ya no nos arrastra como antes, pero sí nos puede hundir como antes: 2009, 2001, 1997, etcétera.
De tal suerte que cabe en la fatalidad que cuando la economía nacional se encuentre en vías de recuperación del enfriamiento autoinfligido de este año y la primera mitad del siguiente, nos peguen directamente los latigazos de la recesión estadounidense. Esta puede durar mucho o poco; a estas alturas, como bien lo explica Valeria Moy en Milenio estos días, predecir la fecha de arranque y la duración de una contracción económica es casi imposible. El auge norteamericano ha sido el más largo ya de la historia (o por lo menos desde que hay registro): más de 120 meses consecutivos. La recesión venidera puede también durar un poco más que de costumbre, comience cuando comience.
Esto tiene dos implicaciones, una aquí, otra allá. Si la economía mexicana no crece durante los primeros dos años y medio del sexenio de López Obrador, se antoja difícil una mayoría absoluta de Morena en las elecciones para la Cámara de Diputados en 2021. De unirse de una manera o de otra la oposición –PAN, PRI, PRD, MC– para que haya un solo candidato de facto en los 300 distritos, puede arrebatarle esa mayoría a Morena. Y si se diera la revocación de mandato en diciembre de 2021, al cumplirse tres años en la presidencia de López Obrador, el NO podría ganar. ¿Sueños guajiros? Quizás, pero también son datos duros.
La segunda consecuencia será en Estados Unidos. Trump basa toda su reelección en el buen desempeño de la economía bajo su mando. Sabe que con una recesión en plena campaña, todo el racismo del mundo y toda la belicosidad imaginable contra sus adversarios no bastarán para ganar. Las encuestas son inclementes: una parte importante –17 por ciento– de los que aprueban su manejo de la economía no piensa votar por él, incluso ahora. Si se viene abajo el crecimiento, la bolsa y el empleo, los doce puntos de ventaja que hoy le saca Biden en encuestas nacionales –que ciertamente no equivalen a una victoria en el llamado Colegio Electoral– se pueden transformar en más de quince. En fin, veremos. Sólo lamento no poder compartir con los lectores la comprobación de mi error, o de mi acierto, al pronosticar una derrota de Trump en 2020.