Por tercera ocasión, en el término de 15 meses, computados entre noviembre de 2022 y febrero de 2024, en la Ciudad de México y en más de un centenar de poblaciones a lo largo y ancho de la geografía del país, el domingo pasado se reunieron cientos de miles de ciudadanos mexicanos. El objeto de estas manifestaciones públicas fue muy claro y no debió dejar lugar a dudas, como intentaron sembrar sus detractores. Se trató de una convocatoria para exigir respeto y vigencia plena de las instituciones democráticas establecidas por la Constitución.
En el acto mayor, que fue el celebrado en la Plaza de la Constitución de la capital del país, el único orador de la jornada, que fue Lorenzo Córdova, quien recién dejó la presidencia del Consejo General del INE, expresó: “La democracia se consiguió gracias a la apuesta que hicieron varias generaciones de mexicanas y mexicanos que, a pesar de sus diferentes posturas políticas, tuvieron un propósito común: que fuéramos nosotros, con nuestro voto libre, los que decidiéramos quiénes serán nuestros gobernantes, que nuestros derechos y libertades estarán garantizados frente a los abusos del poder, y que nadie sea perseguido, hostigado y señalado por pensar u opinar diferente”.
Conseguida la democracia, que “no nos cayó de lo alto”, Córdova dijo una y otra vez que la democracia está hoy seriamente amenazada. Y que de ningún modo debemos permitir su desaparición, como la quieren precisamente algunos de los que han sido sus principales beneficiarios. Expuso al efecto la siguiente metáfora, muy ilustrativa para el caso:
“Nos pasamos más de 40 años —dijo— construyendo una escalera cada vez más sólida, cada vez más robusta, cada vez más firme, para que quien tuviera los votos pudiera acceder al primer piso y hoy, desde el poder, quien llegó a ese primer piso por la libre voluntad de la ciudadanía, pretende destruir esa escalera para que nadie más pueda transitarla. No se vale —agregó Lorenzo Córdova— destruir las condiciones, las reglas, los procedimientos…”
Los ciento y tantos actos ciudadanos efectuados en la República, pero principalmente el de la capital, debieron haber provocado un cierto temor en el grupo que utilizó la escalera para ascender y ahora pretende destruir, porque nadie mejor que los integrantes de ese grupo saben, por experiencia propia de muchos años, que es muy difícil, costoso y complicado organizar y llevar a cabo ese tipo de actos. Y ello les debe alarmar. De ahí, por ejemplo, que en plan francamente ridículo, subestimen el número, absurdamente bajo, que dicen sumó el de los participantes en el Zócalo. Se tapan la cara con las manos, para no ver el riesgo de perder el poder en que se encuentran. Porque nada hay que supere a una ciudadanía decidida y consciente. Y lo saben muy bien.
Les debe impresionar —y más que impresionar, alarmar— sobremanera, que tales manifestaciones multitudinarias reunidas en defensa de la democracia, se organizaron sin pagar acarreos, sin otorgar dádivas, sin amenazar a nadie para asistir, sin que se haya registrado incidente violento alguno y —aunque a muchos parezca increíble— dejado totalmente limpios los espacios públicos y las plazas donde se efectuaron.
El oficialismo, entonces, debe tener ya claro que un fraude electoral el próximo 2 de junio, en cualquiera de sus modalidades, no les resultará fácil consumarlo ante una ciudadanía alerta, presente y vigorosa. Debe quedarles claro también que cualquier manotazo que intenten dar les resultará contraproducente. Y será de efectos catastróficos. Ojalá lo tengan bien claro.