Juan Antonio Garcia Villa

Bitácora del desastre

El politólogo Fernando Rodríguez Doval lleva una especie de bitácora en la que registra la forma en que el gobierno federal ha hecho frente (es un decir) a la pandemia de Covid-19.

Aun ante situaciones graves, verdaderamente trascendentes, la memoria humana suele ser olvidadiza y la voluntad flaca. Es lo que está pasando en México con la pandemia de Covid-19 que azota nuestro país y tiene asolado al mundo. En poco más de cien días el entorno y la vida han cambiado dramáticamente. La actual generación y también la inmediata anterior no vivieron nada igual. A la gravedad de lo que sucede hay que agregar lo inesperado de su presentación. En el más reciente día de año nuevo nadie ni remotamente imaginó lo que vendría.

En apoyo a la memoria personal y colectiva, el politólogo Fernando Rodríguez Doval lleva sobre el tema una especie de bitácora. En ésta puntualmente registra la forma como el gobierno federal ha hecho frente (es un decir) a la pandemia de Covid-19. En realidad se trata no de un programa bien articulado para gestionar (como ahora se dice cuando se actúa con acierto) sino una larga letanía de errores, pifias, omisiones, contradicciones y torpezas que parecen no tener fin.

Si alguien deliberadamente se hubiera propuesto elaborar una larga cadena de desaciertos y disparates para enfrentar la pandemia, difícilmente habría logrado algo tan perfecto en la dirección incorrecta. Parece mentira, pero literalmente así ha sido. ¿Habrá alguna explicación racional en torno al punto? La simple ley de probabilidades apunta a que al menos, como "el burro que tocó la flauta", por mera casualidad algo pudo haberse hecho bien. Pero nada se observa en tal dirección.

El autor, Rodríguez Doval, clasifica la cadena de pifias en nueve grupos. Algunos de éstos son más bien antecedentes de la política de salud del actual gobierno, política que ha dificultado enormemente encarar el problema. Y otros puntos serán más bien las terribles consecuencias que resentirá el país, en el orden económico, por ejemplo, por la pésima gestión de la pandemia.

Imposible hacer referencia aquí a los nueve diferentes tipos de disparates, pero sí al menos por ahora a dos. Uno tiene que ver con la machacona insistencia en minimizar y subestimar los efectos de la pandemia. Y el otro en las constantes contradicciones en que ha incurrido la autoridad sanitaria.

Sobre el punto primero cabe recordar que el 28 de febrero, hace poco más de cien días, lapso que nos ha parecido interminable, se confirmó el primer caso de contagio en México. Ya para entonces –dos semanas antes— los jefes de Estado de los principales países en el mundo habían informado de manera solemne a su población que la situación era verdaderamente grave y había que tomar medidas muy estrictas. En contraste, aquí López Obrador dijo aquel día en una mañanera que había que permanecer "serenos y tranquilos".

Tres días después, el 2 de marzo, afirmó que el país no iba a tener problemas mayores y el día 4 textualmente dijo, seguramente muchos aún lo recuerdan: "lo del coronavirus, eso de que no se puede abrazar, hay que abrazarse, no pasa nada". Todo ello en abierta contradicción con lo que las autoridades sanitarias del propio gobierno recomendaban.

Por si lo anterior fuera poco, hacia mediados de marzo el propio Presidente realizó una gira por el estado de Guerrero entre grandes multitudes y una semana después hizo lo mismo en el estado de Oaxaca. Entre una y otra visita a esos estados, el 19 de marzo burlona, socarronamente exhibió una estampa del Sagrado Corazón como amuleto de protección.

Las contradicciones han sido muchas, así como también las afirmaciones rotundamente falsas. Imposible mencionarlas todas. Una de las más recurrentes ha sido sobre el número de contagiados. El 8 de abril el subsecretario López-Gatell se vio en la necesidad de reconocer que la información difundida era en efecto subestimada pero que había que multiplicar el número por 8.3 para llegar a una cifra más aproximada a la real. Luego, menos de un mes después, el 3 de mayo, dijo que el modelo adoptado para el cálculo, llamado Centinela, ya no era funcional. ¿Cómo se puede confiar en alguien así que cambia de método a contentillo sin la menor explicación aclaratoria?

También el inefable subsecretario López-Gatell afirmó, primero, que las personas asintomáticas no tenían capacidad de contagio y luego dijo que no hay evidencia clara al respecto. Lo mismo ocurrió con el uso de cubrebocas: que no son de utilidad, que sí, que no, que quién sabe.

Y sobre los pronósticos de cuándo la curva epidémica habrá de aplanarse se trata ya un juego de risa loca. Y respecto al número de afectados y fallecidos por COVID-19 los acertijos literalmente están a la orden del día. ¿Se merece esto el pueblo de México? ¿Es digno de olvidar o de tenerlo presente, particularmente el año próximo, cuando se renueve la representación nacional?

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