Juan Antonio Garcia Villa

Hacia una bitácora del desastre

Juan Antonio García critica lo que considera los tropiezos del presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, y analiza los posibles escenarios de su sexenio.

Parece interminable, es decir, no tener fin, obviamente salvo el del tiempo, la serie de errores, gazapos y pifias en que a lo largo del periodo de transición, que corre de los primeros días de julio al próximo 30 de noviembre, ha incurrido el presidente electo Andrés Manuel López Obrador. Seguramente nadie sabe que en las últimas seis o siete décadas haya ocurrido ni remotamente algo parecido con algún presidente de la República en los cinco meses previos a su toma de posesión. Entonces, ¿a qué obedece esto que ahora estamos viendo? ¿Será algo premeditado o simplemente a que así han venido sucediendo las cosas?

Muchos dicen que en política no hay casualidad ni meras coincidencias. Si el dicho es cierto, significaría entonces que esta cadena de desaciertos y equívocos fue planeada para que tuviera un efecto positivo; pero nadie en su sano juicio puede siquiera concebir que tantas contradicciones, tantas burdas mentiras, en una palabra tantas metidas de pata, pudieran causar un impacto favorable entre los ciudadanos, es decir, entre los electores, y menos aún en los medios y entre la llamada comentocracia. Sinceramente, no. Resulta de entrada inconcebible que alguien en su sano juicio pueda diseñar una estrategia con tan previsibles resultados catastróficos, según claramente lo indica el más elemental sentido común.

Antes de continuar la exposición, se parte del supuesto de que ni siquiera se hace necesario realizar aquí, en beneficio del elector, un recuento del crecido número de errores y pifias que el presidente electo y su equipo de colaboradores más cercanos han estado cometiendo en los últimos cinco meses. No se considera necesario desde luego por la cercanía en el tiempo de los acontecimientos y porque el ciudadano común claramente lo ha venido percibiendo y de ello puede dar testimonio. Pero la memoria es flaca. Por eso se hace necesario que alguien lleve un registro preciso y puntual, una especie de bitácora del desastre, que marque la ruta del destino de un gobierno que por las vísperas no se le avizora nada bueno. Salvo, claro, que corrija el rumbo cuando aún haya tiempo para ello y lo haga de manera categórica.

Ahora bien, si en política no hay casualidades, ¿cuál fue el propósito de López Obrador para tener el lamentable desempeño que ha tenido en estos últimos meses? Antes de adelantar una hipótesis, cabe señalar que el adagio bien puede ser un simple dicho que no necesariamente siempre y en todos los casos se corresponda con la realidad; que los acontecimientos forzaron a López Obrador y a su grupo más cercano a continuar la campaña llevados por la inercia que traían de ésta (imposible de parar de golpe si llevaban en ella cuando menos dieciocho años), y el no saber meter el freno a tiempo simplemente los ha llevado a incurrir en tan crecido número de sinrazones y torpezas.

La otra hipótesis linda, hay que admitirlo, en la frontera de la perversión, es la siguiente: si se trata de instaurar un régimen que vaya mucho más allá de un sexenio, con el mismo caudillo o bien con quien él decida sea su sucesor, nada mejor que definir cuanto antes los campos. Establecer a quienes se tiene ganados como seguidores fieles y constantes, y a quienes no. Para este proceso, porque se trata de un proceso, la polarización de la sociedad es el primer y más importante paso. La historia nos da numerosos ejemplos.

La verdad es que quisiéramos apostar en el sentido de que el tal dicho, en política no hay casualidades, es más falso que un billete de tres pesos.

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