El presidente López Obrador dijo, y con toda razón, que lo hecho por Emilio Lozoya de salir a cenar con sus amistades en un restaurante fue algo “inmoral” y “una provocación”. Claro que fue ambas cosas. El Presidente debiera preguntarse qué las habrá provocado. La inmoralidad seguramente es la condición en la que se ha movido ese individuo durante años. La inmoralidad es parte de su motor, de su desarrollo en la vida. No en balde el gobierno de López Obrador acusó a ese señor de ser un corrupto de colección y de participar activamente en la repartición y obtención de sobornos millonarios.
De lo que sabemos hasta ahora, el señor Lozoya se llevó millones de dólares a sus cuentas, huyó del país, embarcó a sus familiares cercanos y han enfrentado acusaciones y detenciones; fue capturado, traído a México y negoció con las autoridades del gobierno su delación a cambio de no estar en la cárcel. En efecto es un inmoral, como dice el Presidente, y ese tipo de gente lo que hace son inmoralidades. ¿Qué esperaba el Presidente? ¿Que Lozoya le escribiera la introducción de la Cartilla Moral? ¿Que se dedicara a la vida contemplativa? Un hombre sin pudor para el desfalco, la robadera y para empinar a sus cercanos es capaz de casi todo, pero sobre todo de la ostentación y la prepotencia que, en muchos casos, van de la mano con la impunidad. En ese tipo de persona el Presidente y su fiscal decidieron que descansara su lucha contra la corrupción. El resultado: inmoralidades, provocaciones.
Porque cabe preguntarse también para quién fue la provocación protagonizada por el señor Lozoya. En primer lugar, para la sociedad en general, que pensaba que ese hombre, aunque no estaba en la cárcel, por lo menos pasaba una suerte de encierro que ahora, nos informa la autoridad, se limita a desplazarse en la CDMX. Seguramente para quien estaba acostumbrado a viajar de manera opulenta es un castigo tremendo, aunque parece haber encontrado paliativos que le hagan menos dura la vida. Así, la autoridad dice a sus gobernados que está aplicando la justicia, que está atrás de los malvados, los que han saqueado al país, los causantes de la desgracia, y resulta que el mayor de ellos se va a pasarla bomba, darse un banquete y refinarse algunos pomos. Es una burla para los gobernados, una provocación para que sepan que él es ciudadano con diferentes fueros, protegido del gobierno, un ladrón galardonado con la impunidad de la fiscalía.
Aunque hay que decir que la ciudadanía nunca ha esperado gran cosa de las autoridades en lo tocante a justicia y ley. Por lo tanto, la provocación, y más allá, la mofa, es abiertamente contra el gobierno de López Obrador. Es la presunción del intocable, el que trae no la razón sino a la autoridad de su lado que lo protege. Eso es lo que fue a enseñar Lozoya al restaurante: que está por arriba de quienes lo detuvieron, que dependen de él. Que la lucha del Presidente contra la corrupción la encarna él, el corrupto, y no los justicieros que deberían de luchar contra esa clase de personajes. La provocación fue contra el Presidente que ataca todos los días a los corruptos, que anuncia que irá a la ONU a dar una conferencia sobre la corrupción, mientras el corrupto mayor expresa su opinión en ese tema: una inmoralidad, una provocación, una burla, un escupitajo.