Julio Patán y Alejandro Rosas acaban de publicar un nuevo libro titulado Morenadas. En el tono de México bizarro –dos volúmenes de éxito–, los autores retratan, de manera puntillosa e inteligente, algunos de los dislates, excesos y estupideces de lo que es el lopezobradorismo en el gobierno. Por supuesto, el trabajo tuvo que ser monumental. No estaban los autores ante una tarea menor. La desmesura, la vocación por la ocurrencia y la ineptitud que campea en este sexenio generan una gran cantidad de anécdotas que, seleccionar cuál es más grotesca, más tonta, más contraproducente o chusca, debe ser un reto a la paciencia.
Aun así, este par de clasemedieros aspiracionistas, conservadores de toda la vida, no se arredraron y, con tal de obtener unos pesos más para la alcancía de su desmedida ambición, se dieron a la tarea de hacer un volumen con lo que consideraron lo más valioso de las mentes de la 4T. Sin embargo, hay que decir que el trabajo de Patán y Rosas es, en todo momento, arriesgado, pues rápidamente los funcionarios y militantes de Morena se superan a sí mismos. De esa manera, todas sus estupideces son rebasadas por otras nuevas, por lo que, cuando creíamos que era la gran babosada, el gran dislate, es superado esa misma semana por algún compañero de grupo. La obsolescencia de las ocurrencias del lopezobradorismo es casi inmediata.
Tan sólo la semana que concluyó ayer hubo grandes joyas de las morenadas. A la declaración del porro Adán Augusto de que cuando oye “baño de sangre” piensa en estados gobernados por la oposición, le siguió el ajusticiamiento, en Guadalajara –gobernada por la oposición– de un funcionario de Morena, en un restaurante. El asesinado era un consejero del partido a nivel nacional. Uno de los militantes marginados por la actual directiva de ese partido, el doctor John Ackerman, mencionó que le habían dicho que era un “narco de Puerto Vallarta que acarreaba gente”. Gran ambiente en Morena, mientras se bañan con sangre.
También hace un par de días, una de las figuras de Morena más grotescas de la política nacional, la gobernadora Layda Sansores, amenazó con hacer públicos el próximo martes asuntos relativos al senador Ricardo Monreal –líder de Morena en el Senado–. Dada la fama pública de la señora, uno supone que se trata de grabaciones telefónicas. El senador denunció guerra sucia en su contra y anunció el comienzo de una ruptura sin retorno en el partido. La gobernadora anunció que no comentaría nada sobre Monreal.
José Ramiro, uno de los hermanos del presidente López Obrador, dejó caer su rabia contra su paisano Adán Augusto, de quien había dicho que, “si no pudo con el estado”, menos iba a poder con el país. Declaraciones que suenan a rencilla vieja, pero que aderezaron el fin de semana mofándose del eslogan del porro de Bucareli, al decir que “hay de López a López”, y que “hay muy pocos que están a gusto”. Al respecto, el presidente de Morena en Tabasco, Raúl Ojeda, dijo que Adán Augusto era “el hermano por elección” del Presidente (Reforma 23/10/22), dejando ver divisiones familiares que pueden derivar en asuntos partidistas.
Las morenadas son cosas de todos los días y se superan unas a otras, y más aún en esta nueva versión caníbal que estamos presenciando y que seguirá los próximos dos años.
Nada de esto es obstáculo para que vaya usted y adquiera el libro de Julio Patán y Alejandro Rosas, pues pasará un buen rato con el humor que despliegan, pero también se dará cuenta de que, en el fondo, se trata de un libro trágico.